Carlos Fernández debe estar riéndose a mandíbula batiente de la leyenda que se ha forjado con su ausencia en el banquillo de los acusados del caso Malaya. Político maniobrero, astuto y con tachas de auténtico superviviente, desde que Jesús Gil lo llamó a su lado por una carta elogiosa del entonces veinteañero hasta que estalló la operación policial contra la corrupción en Marbella, en marzo de 2006, una característica personal quedó clara por encima de todas: iba a dominar cualquier ola que le asediara sin importarle cambiar de tabla para ello. En esa década larga en que se paseó por la ciudad costasoleña como un terrateniente cubano por una prolija hacienda, sedujo al GIL, resurgió de sus cenizas con el PA dándole el mayor número de votos de su historia en Marbella, organizó una moción que echó a Julián Muñoz de la alcaldía, se corrompió, según el juez Miguel Ángel Torres, y huyó sin dejar rastro recordando a un consumado Houdini.

Esta semana, Fernández ha vuelto a ser noticia porque a punto de cumplirse seis años de su fuga en el seno del caso Malaya (27 de junio de 2006), la exalcaldesa de Marbella, Marisol Yagüe, lo situó, en su declaración ante el Tribunal del proceso, en Argentina, verbalizando en voz alta lo que sin duda es el pensamiento o la intuición de muchos. ««Sé lo que he oído, que lo busquen en Argentina», dijo. Ello motivó que un perplejo presidente, José Godino, se dirigiera a su compañero, el magistrado Manuel Caballero Bonald, para decirle que sí, que había dicho lo que escuchó. Godino dedujo testimonio y envió las palabras de Yagüe a la policía para que deshilachase una madeja demasiado compleja, si es que aún hay posibilidades de que el hilo conduzca a algún lado.

A Fernández, Gil le echó por «ladrón», como dijo en una rueda de prensa el siempre iracundo alcalde. El Tribunal Supremo confirmó la condena de la Audiencia Provincial por apropiarse de más de 80.000 euros del Consistorio, un delito cometido en sus días como edil de Deportes de Marbella. Ello le supuso decir adiós a su suculento puesto en el tripartito de Yagüe, en el que también destacó García Marcos. Los tres comandaban sus respectivos cortijos políticos: los restos del GIL la primera; los del PSOE, la segunda; y el PA nuestro protagonista.

A ellos tres les pagaba Roca, según ha confesado él mismo, los sobres con que pretendía mantener unido al tripartito hasta las municipales de 2007. En los meses anteriores a agosto de 2003, cuando se preparaba la guillotina para el todopoderoso Julián Muñoz, Fernández intrigó como nadie, logró llevarse bien con su siempre malquerido Gil, se acercó a García Marcos y con una cara de póquer trufada de mohínes de niño bueno no dijo que sí públicamente hasta la votación que se celebró en un atestado Ayuntamiento cuyos vecinos clamaban venganza por la caída de Muñoz. Los años de travesía en el desierto habían terminado, y le llegaba su premio por la habilidad política para resurgir de sus cenizas liando en su aventura a María José Lanzat y a Pedro Pérez, dos marbelleros muy queridos en su pueblo que le metieron en el zurrón los votos por los que se desvelaba Fernández. Todos los ediles han señalado que su papel en la fragua de la moción fue vital.

Con Puerto Banús a sus pies, el siempre sonriente Fernández se dedicó a gobernar poco y a intrigar mucho; daba fiestas multitudinarias en su casa de Cabo Pino, y lecciones de democracia a los ediles de la oposición; siempre presto a señalar conjuras, se construyó un personaje simpático que mostraba contradicciones siniestras a la manera de un Fouché de barra de bar, en una comparación imposible con el intrigante político francés de mediados del XVIII y principios del XIX.

Sus tejemanejes en las delegaciones que gobernaba el PA precipitaron su expulsión del gobierno en septiembre de 2005, el principio del fin. En su carta de despedida, que leyó un compañero, llamó «traidores» a Yagüe y al resto de ediles del equipo de gobierno.

La tempestad empezó en marzo de 2006, con las primeras detenciones de Marbella. El 27 de junio, cuando estaba a punto de estallar el segundo golpe policial del proceso que dirigía el juez Torres, Fernández hacía el Camino de Santiago. O eso dijo su abogado, José Luis Ortega, mientras sudaba a chorros a las puertas del juzgado. «Lo único que puede hacer es personarse, pero ni siquiera sabe cómo hacerlo, si como buscado, imputado o como detenido», explicó.

El sobrino de Julián Muñoz, Alberto García, llegó a decir de él que era capaz de vender a su madre, con la que estaba muy unido, «por sus ambiciones». Y, una vez más, se quedó con todo el mundo. El juez Torres le dio varios días para personarse en el juzgado y declarar, después de que a través de su padre la policía lograse hablar con él. Pero los subterfugios procesales de su abogado, las evasivas de su entorno y la suerte le permitieron huir sin que dejase rastro. Un informe de la Udyco asegura que el edil andalucista salió de España por Portugal y entró en Argentina por el Aeropuerto de Ezeiza. Con su propio pasaporte. Allí se pierde, según los investigadores, su rastro.

Desde entonces, los rumores se han disparado: el más persistente incide en que Carlos Fernández es el que proporcionó las pruebas de cargo al fiscal Anticorrupción; sería, por tanto, una especie de confidente protegido por las autoridades. Esta versión no es que la niegue la Fiscalía, es que a algunas defensas les parece directamente de psiquiátrico: «Sólo hay que irse al sumario para comprobar que Malaya es una magnífica investigación policial que avanzó poco a poco. Es un buen trabajo facilitado por los archivos de Maras Asesores, en los que Roca puso las iniciales de quienes se sientan en el banquillo», indican. Nada, por tanto, se le debe al fugado.

Versiones de la huida. Otra versión de su fuga se explicaría porque económicamente lo apadrina un rico constructor extranjero, pero nada de ello se pudo comprobar. En otras ocasiones, incluso se ha dicho que estaba en Marruecos, país al que estaba muy ligado, o en Túnez, donde su letrado llegó a afirmar que superó una culebrina. Lisboa, Jerez, Chile, etcétera... Incluso la propia capital malagueña, donde su familia tiene una casa en un populoso barrio, son algunos de los puntos geográficos en los que se ha situado al exconcejal, de quien se afirma que visita a su madre periódicamente.

Otra fuente lo sitúa, como Yagüe, en Argentina: «Está allí, en Buenos Aires, porque alguien a quien yo conozco lo vio cenando en un restaurante; incluso se saludaron. Es un país grande en el que perderse, asimilable a cualquier nación europea en calidad de vida. Incluso, según se dice, tiene una identidad nueva. Lo de su padrino no es así, él tenía medios suficientes para mantenerse huido de la justicia durante años».

Pudo escapar porque la orden de busca y captura no había entrado en vigor cuando abandonó el país sudamericano. Y quienes lo buscan tampoco tienen medios para peinar cada milímetro del planeta. Fuentes judiciales aseguraron a este periódico que se está a la espera de que cometa un fallo, más que en una persecución activa.

El Tribunal de Malaya, de momento, ha enviado el asunto a la policía para ver si se puede estirar el chicle de su fuga, pero algunas fuentes aseguran que es difícil que aparezca ahora.

Por lo menos, y ésta es la tesis más plausible, hasta que los delitos más graves que se le imputan no prescriban. En teoría, la malversación es el de mayor entidad, y éste agota su vigencia a los diez años, por lo que tendrá que estar agazapado, a la espera de una nueva ola de suerte, al menos hasta 2016. A Houdini Fernández se lo ha tragado La Pampa.