La doctora Cortina Selva está especializada en el duelo; su experiencia la sitúa cerca de la cabeza, siempre borrosa y fecunda, de los más pequeños, a los que ayuda a enfrentar la desaparición de sus seres queridos. La muerte y la infancia, dos conceptos aparentemente antagónicos, pero a menudo enmarañados. De la universalidad del luto a las fábulas sobre otros mundos, la experta disertó ayer en Málaga, en el Instituto de Estudios Portuarios, sobre la maneras más apropiadas de confortar a los niños frente a la desgracia. «Llora durante cinco minutos. Después sale corriendo a jugar». Es el lema del ciclo de charlas organizado por el grupo funerario ASV.

El duelo, según dice, suele ocultarse a los niños. ¿Otra mala lectura de la sobreprotección?

La tendencia se relaciona con la sobreprotección, pero sólo a medias. Por un lado, nos dejamos llevar por una serie de condicionantes culturales que indican, de manera errónea, que es mejor para el niño contarle una mentira y mantenerle al margen del rito funerario, pero por otro les permitimos ver películas de dibujos animados en los que la muerte se asume con toda su tragedia, sin dulcificar. Quizá lo que se hace es buscar el bienestar de los propios adultos, porque es difícil responder a un niño en un momento así. Hay, por tanto, un malentendido sobre lo que significa proteger.

¿Sería más saludable hacerles partícipes?

Lo que se debe tener claro es que la vida es alegría y dolor y percatarse de eso es, más tarde o más temprano, inevitable. Si no se ocultan las pérdidas lo que hacemos es mostrar la vida como es. Al fin y al cabo, no se trata de ocultar duelo al niño, sino de acompañarle en ese momento, como frente a otras adversidades. Entre ocultar y mostrar más o menos del rito, la clave está en preguntarles a ellos; los niños a partir de los 3 años tienen capacidad de elegir y hay que pedirles su opinión, si prefieren ver a la persona que ha fallecido o no.

De la España enlutada y lorquiana se ha pasado a la negación del dolor. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Seguramente tiene que ver con la sociedad del bienestar, en la que se procura dejar de lado la idea de la enfermedad, de la muerte. Con la crisis, sin embargo, como contrapartida, se vuelven a priorizar los aspectos humanos, es una oportunidad para cambiar. Tener conciencia de la mortalidad también cambia la jerarquía de preferencias, se pasa a otro orden de prioridades. Si es cierto que la transformación es muy reciente. Hace 50 años todavía se anunciaban los duelos y todo el pueblo acudía.

¿Cómo se ve la muerte en la cabeza de un niño? ¿Es más difícil de superar?

Curiosamente los niños a veces saben más que nosotros con respecto a los procesos de la vida y la muerte. Ellos están en la supervivencia, en el presente, apuestan por la vida cien por cien; pueden seguir estudiando e integrar la pérdida. Sobre todo, porque piensan menos y tienen menos experiencia. En muchas ocasiones, no se creen lo que les dicen los adultos e, incluso, se ríen. Recuerdo el caso de un niño que traté al que le contaron que su abuelo se había ido a una estrella, que es un poco la versión posmoderna del cielo. Durante dos años el niño estuvo consultando manuales y dibujos de astronomía y física para saber cómo bajarlo de ahí.

Supongo que en esto también el remedio puede ser perjudicial...

Sin duda, a veces los adultos entorpecen el duelo del niño del niño, les cuentan creencias como si fueran realidades; interferimos en el proceso en el que integran la ausencia y no siempre de forma positiva. Insisto que, lo mejor, es acompañarles en el camino, si lo hacemos es muy probable, salvo caso especialmente patológicos, que lo recorran con su propio pie. En muchos casos nos empeñamos en que reaccionen como adultos, porque eso lo consideramos normal; las madres se preocupan porque no les ven llorar ni aprecian síntomas de dolor, cuando eso no tiene por qué ser negativo.

¿Cuál es el grado de conciencia que tienen los menores? ¿Llegan a comprender la situación?

Depende de la edad; lo que cuesta entender es que el familiar se ha ido para siempre. Con esto no se pueden elaborar teorías, el grado de asimilación depende de muchos parámetros, de la madurez del niño, de su edad, de su contexto, de la fluidez con la que suela expresar sus emociones...

¿El niño acepta u olvida?

Lo que hace más bien es integrar la ausencia en su vida. A veces pasan horas desde que escuchan la noticia hasta que comprenden lo que quiere decir. En otras, son muy pequeños y todavía no han tenido tiempo de consolidar el lazo afectivo con la persona que desaparece. Aparecen otros familiares que ocupan ese rol, que hacen de reemplazo.

Andalucía es una región en la que siempre tuvieron mucho peso los ritos colectivos. ¿Hasta qué punto, en el caso de la muerte, son positivos?

Todo lo que evite que las personas estén solas frente al duelo suponen un beneficio. El rito, en este caso, se corresponde con una despedida, con una manera de decir adiós a una etapa y empezar otra. Muchas veces las personas se muestran agradecidas y quieren que la gente participe en el pésame; es una forma de constatar que se trataba de alguien querido por todos.