Las Ordenanzas Municipales tienen su origen en las que dieron los Reyes Católicos en Jaén, el 27 de mayo de 1489, para la constitución y organización del municipio malagueño. Estas primeras disposiciones fueron incrementándose a medida que lo requerían las necesidades de la ciudad, hasta que, en sesión celebrada el 17 de abril de 1556, el Cabildo municipal, presidido por el corregidor Pedro de Vivero, determinó su recopilación en un volumen manuscrito y «€dixeron que mandan y mandaron que las ordenanças contenidas en este libro€ se guarden y ejecuten según y como en ella se contiene, y mandaron que las dichas ordenaças se pregonen en la plaza publica desta çiudad».

Así pues, fue compuesto un libro de 401 hojas, las cuales constituyen las Ordenanzas de 1556. En el citado cabildo de 17 de abril se acordó enviarlas a la Corte para su confirmación por el rey Felipe II.

Estas Ordenanzas son la suma de la adición de preceptos a lo largo del tiempo de la vida gremial, municipal y ciudadana; un precepto legal y jurídico tan riguroso, que regulaba hasta el más mínimo detalle de la ciudad y de las instituciones locales.

La vida de nuestra ciudad se regulaba desde estos principios atendiendo un doble plano. El primero era un método para la ordenación de las normas y, en segundo lugar, el valor de mandato que de éstas se desprende.

Por esta razón, debieron ser consultadas por los regidores, jurados, escribanos, etc., quienes, en el desempeño de sus funciones, tuvieron necesidad de hacerlo, hasta que las referidas Ordenanzas se mandaron imprimir Esto sucedió en 1611, siendo corregidor Antonio Velaz de Medrano y Mendoza, realizando el trabajo Juan René, considerado el primer impresor conocido de Málaga -según el P. Llordén-, aquél, procedente de Granada, se aposentó en nuestra ciudad en 1599, estableciendo su taller en 1618 en La Plaza. Se tienen datos de que llegó a imprimir unas setenta obras hasta su muerte, entre las que destacaremos el Tratado de la Caballería de la Gineta (1600) y Málaga, su fundación, su antigüedad eclesiástica y segla, del P. Martín de Roa. Aunque, su obra más importante es, sin dudas, la publicación de las Ordenanzas de la ciudad.

Las Ordenanzas Municipales constituyen -junto con la Lex Flavia Malacitana- un auténtico código por el que se reglamentan y regulan todos los aspectos de la vida artesanal, administrativa y comercial de la ciudad. Representan, pues, un valioso documento para averiguar la implantación real y la verdadera significación de estas actividades en la ciudad de Málaga, básicas para el desenvolvimiento económico-social, así como para conocer qué gremios y grupos de comerciantes conformaron el sector mercantil malagueño en estos primeros años de su desarrollo. Con ellas se puede saber cómo vivían los malagueños que le precedieron en su uso y disfrute, qué normas dictaban su conducta y por qué orden de autoridades eran regidos.

Estas Ordenanzas no son sólo de interés para los que se ocupan en el derecho municipal, sino también para los historiadores en general, así como para los lingüistas y lexicógrafos.

Además, en este corpus legislativo se encuentran formulados los principios fundamentales que, de acuerdo con la concepción castellana y las nuevas necesidades surgidas en la ciudad conquistada, guiarían la actuación urbanística durante toda la Edad Moderna.

Dichas Ordenanzas estuvieron vigentes hasta finales del XIX, cuando el Ayuntamiento Pleno, en sesión de 28 de enero de 1882, mando realizar las Ordenanzas Municipales; publicadas en 1884.

En 1996 el Archivo, a través del Área de Cultura, en colaboración con la Academia de Bellas Artes de San Telmo, publicó un facsímil de estas Ordenanzas -con una presentación de Alfonso Canales, y prólogo de Rafael Bejarano-, permitiendo con ello, a todos los investigadores y malagueños, poder acceder a la copia de uno de los documentos legislativos más antiguos que rigieron la vida de Málaga, durante más de tres siglos.