Envejecer se puede comparar con escalar una montaña. Mientras que se van ascendiendo metros, la mirada es cada vez más libre y la vista más amplia.

Apenas se había colocado la primera piedra de la Casona del Parque, cuando nació Manuel Corpas Jurado. Fue un 13 de febrero de 1914. Hace 100 años, uno no era de donde nacía, sino de donde había mano de obra. Una familia con siete hermanos tenía sus necesidades. Lujos ningunos. Con matar las puñaladas que pegaba el hambre era suficiente. Los recursos eran escasos, muy escasos. Su padre era cartero rural por la zona de Priego de Córdoba y apenas tenía para alimentar a toda la familia. Las dificultades del momento que ahora se recuerdan como algo anecdótico.

La Angostura, así se conoce a la pequeña aldea en la que Manuel pasó sus primeros años. Unas 20 familias vivían al calor de una fábrica de tejidos. La viva imagen del señorío andaluz y su servidumbre. Con la desaparición de la misma, la Angostura pasó a la historia. Manuel se trasladó con su familia a Castil de Campos. A las faldas de la Subbética cordobesa, volvió a sus raíces. De ahí fueron sus padres y nacieron sus amores.

Arrimando el hombro en lo que podía, y viviendo con discreción y humildad, le llegó el reclamo militar en 1935. Iba a ser el comienzo de una larga travesía regada de momentos de incertidumbre por los acontecimientos de una España convulsa, en la que nadie se atrevía a predicar su futuro.

El traslado a Madrid

Manuel recuerda que hizo el servicio militar bajo la sombra de la Segunda República: «El presidente, Niceto Alcalá Zamora, conocía a mi padre como el cartero que repartía por su ciudad natal, Priego de Córdoba. Mantenía una amistad personal con él. No dudó en mandarle un escrito al presidente para hacerle saber que yo estaba sirviendo en el Regimiento de Infantería Cebolla Número 6 en Madrid». Un padre siempre busca lo mejor para su hijo. A los pocos días, Manuel fue reclamado por su comandante. Con cierta sorpresa, le preguntó que de qué conocía al presidente. «Porque somos amigos», le contestó éste con gallardía. Pocos podían presumir de conocer personalmente a Alcalá Zamora. Ésto le abrió las puertas al Palacio Real, donde iba a servir de ordenanza y persona de confianza del mismísimo presidente de la Segunda República. En veinte años, Manuel había pasado de vivir en una aldea casi nómada, a estar pegado al núcleo de personas que movían los hilos de la España republicana. Pero con la soltura de quien capea, y marcado por su inmensa humildad y carácter discreto, supo torear todas las tentaciones de arrimarse demasiado a los guiños envenenados que le lanzaba el poder. Testigo vivo de la historia reciente, y no tan reciente de España, han pasado por sus retinas dos monarquías, dos dictaduras, una república y una democracia. Es un libro de historia abierto, con una memoria casi insultante para su edad. Sin estar marcado políticamente, permaneció en el Palacio Real cuando el bando nacional irrumpió con violencia en Madrid. «Avanzada la Guerra Civil, el gobierno de la República se trasladó a Valencia. Los únicos que quedamos en el Palacio Real fuimos el conserje y yo», comenta Manuel con una precisión que asombra en un hombre que acaba de cumplir un siglo.

No se olvida de ningún detalle. El gobierno republicano tampoco lo hizo con él. Un día sonó el teléfono. Al otro lado del aparato, la voz nerviosa de un discípulo de Alcalá Zamora preguntando por si un tal Corpas seguía en el Palacio Real. «Claro, si me han dejado ustedes aquí. ¿Dónde iba a estar?», respondió él mismo. Un último servicio de fidelidad para un viejo conocido. Sacar papeles secretos del Palacio Real que no debían caer en manos de los nacionales. Al día siguiente, había un coche de la policía secreta esperando a Manuel para trasladarlo a Valencia. Llegados a la ciudad del Turia, los republicanos ya se habían trasladado a Barcelona. En Cataluña permaneció con los suyos. Finalizada la guerra, se trasladó de nuevo a Castil de Campos. «No sin tener que pasar antes un juicio por las tropas nacionales», comenta.

La vuelta a sus orígenes

Un hijo de la República volvía a encontrarse con sus hermanos que habían luchado en el bando nacional. La sangre pudo más que cualquier atisbo de rencor. No es fácil avanzar sin iniciativa, y menos en aquellos tiempos de la posguerra. «Yo siempre la tuve. Viendo que mi padre ya estaba demasiado mayor para recorrerse todos los días un decena de aldeas, le tomé el relevo como cartero».

Fue el comienzo de lo que iba a ser su nueva vida. Llegaron sus dos hijos, Rufino y Antonio. Con una plaza fija como cartero, se convirtió en testigo activo de la evolución del medio rural. Vocero de las últimas noticias, repartía cartas y prensa a los rincones más inhóspitos. Al principio, siempre a pie. Todos los días una media de 30 kilómetros. Luego llegó su burro. Platero, en honor a Juan Ramón Jiménez. Con los años cambió tan leal compañero por la bici, y las dos ruedas, finalmente, por el primer Seat 600 que llegó a Castil de Campos.

Verdadero correcaminos, siempre le han reconocido su labor. Sin haber pisado jamás una escuela, la universidad de la vida ha convertido a Manuel en un océano profundo de conocimientos. En una sociedad marcada por el analfabetismo, él se encargaba de desvelar los mensajes de las cartas de amor. Fue confidente de las novias temerosas que sufrían por sus prometidos. Éstos cataban por primera vez el dulce sabor de la soltería que le brindaba el servicio militar. Quizá, este cordobés afincado en Málaga, le deba parte de su eterna juventud a las jornadas maratonianas que le hacían salir bajo cualquier intemperie.

¿Cómo se vive con 100 años? Los días comienzan con un largo paseo. Manuel sigue caminando todos los días. Desde su piso en la calle San Millán, parte todos las mañanas en busca de su periódico. «El saludable hábito de la lectura lo adquirí durante mi estancia en Madrid. Fui el primer suscriptor del periódico madrileño Ya». No perdona sus chatillos de vino. Deja un legado de dos hijos, cuatro nietos y cinco bisnietos. Ayer le brindaron un homenaje. No tiene prisa de verse cara a cara con la muerte. Con la educación que le caracteriza, pospone la cita.

@Matias_slb