De los muchos encargos voluminosos que han pasado por la tienda, Eduardo Jurado nunca olvidará la llegada del pintor Francisco Hernández acompañado del alcalde de Roma «y todos su séquito». El alcalde, además de político, era pintor y para demostrarlo trajo 80 cuadros que iba a exponer en Málaga.

-Eduardo, esto lo tienes que hacer rápido.

-Paco, ¿rápido cuándo es?

-Mañana.

Así que Eduardo Jurado, acompañado del siempre eficiente Alberto Rius, trabajó «de sol a sol» para tener el encargo listo.

Pero Eduardo no se queja al recordar tantas y tantas rachas de trabajo intenso, cuando se le juntaban entre 100 y 150 cuadros. «Yo además siempre lo he dicho, yo no tengo clientes, yo tengo amigos y si he llegado donde he llegado ha sido gracias a ellos», plantea.

A Eduardo Jurado, de 50 años, le toca mirar atrás, pese a que le quedan muchos años de vida profesional por delante, pero después de aguantar el temporal, ha llegado a la conclusión de que debe cerrar Bellas Artes Jurado, la tienda que surtió de todo tipo de utensilios a los pintores y galeristas más conocidos de Málaga. Son tantos, que no caben en este reportaje. De los muchos que enumera, aquí van algunos: Virgilio, Eugenio Chicano, Rafael Alvarado, Francisco Peinado, Revello de Toro, Torres Mata, Fermín Durante, De la Fuente Grima, Francisco de la Rosa, Celia Berrocal, Fernando Núñez, Barberán, Arriaga, Pedro Mendoza... Y con las galerías pasa lo mismo: Benedito, Alfredo Viñas, Nova, JM, Pórtico....

«Las muestras de cariño las he notado aquí en la tienda porque cuando he dicho que voy a cerrar, mucha gente se ha sorprendido. «Todavía no me lo creo», me dicen. Ni yo tampoco», confiesa.

La aventura de Bellas Artes Jurado nació en 1983 de la mano de su padre, Francisco Jurado Torres. Director del Banco Popular, un malagueño afable y con verdadero don de gentes, tras dejar el banco y probar en los años 70 en el mundo de la construcción, decidió abrir la tienda y seguir su vocación.

«Mi padre dibujaba muy bien, estaba siempre dibujando, aparte de que conocía a muchos pintores y se iba al campo a pintar», explica su hijo, que destaca que su familia era vecina en El Atabal de la del pintor Virgilio y su mujer, la también pintora Susi de Galán.

En la tienda de la Alameda de Capuchinos, en un local de su amigo Pepe Puerta, Francisco Jurado ofrece «todo lo relacionado con las bellas artes: pincelería, bastidores, telas, lienzos montados, sin montar, bastidores a medida, papeles, colores acrílicos, óleos, acuarelas... todo», resume Eduardo, que entró a trabajar en el establecimiento al año siguiente de abrir, cuando tenía 19 años y dejó la carrera de Náutica que estudiaba en Cádiz.

De esos inicios Eduardo Jurado recuerda su timidez, que contrastaba con el excelente relaciones públicas que era su padre. «A veces, cuando entraba alguien me escondía. Yo era muy niño», se justifica con una sonrisa. El tiempo ha hecho que Eduardo sea hoy tan buen relaciones públicas como el fundador de la tienda, fallecido en 1995. Durante un tiempo, en concreto de 1989 a 1996, estuvo abierta una segunda tienda en la plaza del Teatro. Eduardo Jurado todavía siente los golpes que en el pecho le dio con el dedo el pintor Virgilio en el entierro de su padre. «Me dijo: ahora te toca a ti». «Y vaya si me tocó», bromea.

De hecho, entonces llegaron años muy buenos. Eduardo todavía recuerda la coña marinera de Virgilio cuando le encargaba «marcos de la Expo», que se pusieron de moda en el 92 o cada vez que Eugenio Chicano le hacía un encargo, algo que encabezaba siempre con esta frase: «Eduardo, una putadita: traeme...».

Como recalca, no ha tenido clientes sino amigos. Pero la crisis, acrecentada por la competencia de la venta por internet y las tiendas de los chinos, le obligan a cerrar. Eduardo es un caudal de agradecimientos y no deja de dar nombres. Quiere recordar a Antonio Romero, de Unicaja, que siempre estuvo ahí; a Ignacio Hernández, columnista de este periódico... Poco amigo de los protagonismos, subraya: «Esto lo hago por la memoria de mi padre y especialmente de mi madre» y destaca con orgullo que tiene un joven sobrino pintor que ya triunfa: Federico Miró.

A punto de bajar la persiana por última vez, Eduardo Jurado otea nuevos horizontes profesionales aunque sabe que también deja atrás gran parte de su vida, la de una de las tiendas más queridas para los artistas de Málaga. El sueño hecho realidad de Francisco Jurado Torres.