Desde no hace mucho tiempo se viene hablando y escribiendo del aguacate, un producto subtropical procedente de México y Guatemala preferentemente que poco a poco va transformando la agricultura de la zona de la Axarquía. El frutal se da muy bien en pueblos de la zona como Benamocarra, Benamargosa, la propia Vélez-Málaga, Iznate, Torrox y en general en toda la comarca. Tan bien se ha dado que en calidad puede competir con los que se obtienen en los países americanos mencionados.

Un aguacate malagueño no tiene nada que envidiar al mejor cosechado en Méjico. El espaldarazo ha sido la autorización a exportarlo a Estados Unidos, uno de los grandes consumidores del producto. Las miles de toneladas que ya se producen en nuestra provincia tienen un nuevo mercado que se une a los de varios países europeos que lo importan desde hace años con un crecimiento anual que aconseja a los agricultores de la comarca veleña a aumentar las superficies dedicadas a su cultivo.

Sigo muy de cerca el auge del aguacate; no es que disponga de tierras de cultivo para entregarme a su producción. El interés es por otros motivos. Me explico.

Hace ya bastantes años, sobre mil novecientos sesenta y tantos, me visitó en la redacción del periódico Ideal en Málaga un hombre del campo que había trabajado en el Rancho California de Almuñécar (Granada) donde se cultivaba, además del chirimoyo, el aguacate, que estaba en sus inicios. Con los conocimientos adquiridos sobre el aguacate pretendía convencer a agricultores malagueños para que dedicaran parte de sus fincas a cultivar un producto de gran porvenir. Las variedades seleccionadas eran hass y fuerte. Cuando me hizo la visita solamente un agricultor de Santo Pitar, en el municipio de Málaga, se había interesado por el asunto. Y en la modestia en la que se desenvolvía había conseguido que crecieran algunos árboles; la mitad de la producción intentaba venderla en algunos establecimientos de Málaga y la naciente Costa del Sol, y la otra mitad destinarla a aprovechar el único hueso del fruto para crear nuevos árboles. No recuerdo su nombre. Tal vez se llamara Generoso. Recuerdo que publiqué un reportaje en Ideal, un par de crónicas en Radio Nacional, La Vanguardia también aceptó una crónica mía...

Los primeros aguacates que se vendieron en Málaga, antes de empezar la producción de Santo Pitar, procedían del Rancho California y se vendían por unidades en la tienda de comestibles Cosmópolis, en la calle Larios. Se exponían en unos escaparates colocados sobre una bandeja.

Poco tiempo después, uno de los agricultores franceses nacido en Argelia y que abandonó el país cuando obtuvo la independencia de Francia, adquirió una finca en Churriana y se dedicó a la plantación de aguacates. No recuerdo cuántas hectáreas dedicó al nuevo frutal pero fueron muchas. Es cuando el consumo empezó tímidamente a crecer. Las familias malagueñas tardaron un poco en admitir el nuevo producto sobre todo porque desconocían todo lo relacionado con la preparación adecuada para su consumo.

Yo conocía algo del aguacate por mi madre. Aunque de origen austriaco había nacido en Méjico donde el aguacate era de consumo generalizado. Es más, se decía que era «la mantequilla de los pobres», apelativo que no se llegó a implantar en España porque podía interpretarse como algo de escaso valor.

Durante algún tiempo -dos o tres años- yo tuve ocasión de disponer de aguacates de forma gratuita porque en la plaza de San Antonio, en Motril, ciudad que visitaba por motivos extra periodísticos cada tres meses, había como árboles ornamentales varios aguacates. El propietario de una tienda de comestibles me dijo que los frutos se pudrían porque nadie los recogía. Me hice amigo de Antonio, que así se llamaba, y cuando me desplazaba a Motril siempre me traía a Málaga algunos de los frutos que él me guardaba.

Las pasas

El viñedo fue durante muchísimos años la estrella de la agricultura malagueña. La producción de uvas tenía tres destinos: para su consumo tal como se recolectaba, para su asoleado y transformación natural en pasa y para la producción de vino, especialmente el moscatel. No sé cuántas hectáreas de la provincia de Málaga están dedicadas al viñedo pero superaba las 100.000.

La filoxera de principios del siglo XX acabó con los viñedos y hubo que empezar de nuevo. Hacia 1950, el Gobierno puso en marcha un plan de repoblación que alcanzó a casi toda la provincia.

La pasa moscatel de Málaga, de tanto prestigio en el mundo, se exportaba en grandes cantidades a los países del norte y centro de Europa y diversos países de América del Sur, sobre todo Venezuela. La pasa, en muchos de estos países, se consideraba como un dulce navideño.

Las exportaciones, tan importantes en los siglos XVIII y XIX y parte del XX, fueron decayendo: los miles de kilos de pasas y litros de vino que se consumían en los países antes citados fueron descendiendo hasta provocar cada temporada una grave crisis entre los labradores que se dedicaban al viñedo porque sus tierras no eran aptas para otros cultivos, sobre todo en la Axarquía.

Todos los años (me refiero a los años 1960 y 1970) se planteaba el problema de la pasa malagueña: no había mercado para la producción que iba en aumento. Las repoblaciones llevadas a cabo en toda la provincia empezaban a dar fruto. Los gobernadores civiles de la época, los responsables de la Delegación de Agricultura y los sindicatos se movilizaban para afrontar el problema. Cada año, comisiones de las tres representaciones mencionadas se desplazaban a Madrid para entrevistarse con el ministro del ramo para la obtención de ayudas económicas, fomento de la exportación, subsidios, etc...

Un año de esos, el terceto o cuarteto formado por responsables del gobierno de la provincia, agricultura, sindicatos..., al exponer al ministro del ramo la grave situación de los paseros malagueños, oyeron del máximo responsable de la agricultura española una frase que les dejó materialmente mudos. Más o menos les dijo que si todos los años había problemas con la pasa lo mejor era que «el año que viene no siembren pasas».

La incultura del ministro tuvo continuidad con el comisario europeo de Agricultura, el señor Fischler, que al visitar el olivar español tomó de un árbol una aceituna para comérsela como si se tratara de una cereza. Sabía del olivar y sus frutos lo mismo que yo de los agujeros negros del firmamento.

El vino de consagrar

Uno de los destinos del vino de Málaga era el llamado para consagrar, o sea, el utilizado por la Iglesia Católica para la eucaristía. Los vinos de misa deben ajustarse a una serie de normas entre las que destacan ser elaborados sin otras mezclas, limpios, entre los 12 y los 18 grados de alcohol... El Obispado de Málaga era el encargado de autorizar o no los vinos producidos en nuestra tierra para el uso indicado.

No hace demasiados años, varias bodegas de Málaga suministraban vino de misa no solo a las iglesias de nuestra diócesis sino que los exportaban a diócesis de países de América del Sur, clientes habituales de los caldos malagueños. Los viajantes de las bodegas locales, además de vender en el mercado consumidor nuestros vinos los ofrecían a las sedes episcopales de los lugares que frecuentaban.

Con respecto a este capítulo ocurrió algo que echó por tierra la exportación: como el vino de misa estaba exento de impuestos algún avispado introdujo más vino de misa del que se consumía para venderlo en el mercado. Las autoridades del país descubrieron el fraude y el negocio de comprar vino de misa para venderlo como otro cualquiera sin pagar impuesto se vino abajo.

Lo insólito de la historia es que el vino así introducido en el país se vendía a los burdeles porque era el más apreciado por la clientela habitual.

*Guillermo Jiménez Smerdou es exredactor de Radio Nacional de España en Málaga y premio Ondas