Ya va siendo hora de ponerle una alegoría, dos o tres palabras robustas y administrativas, una campaña como de la de los curas en los noventa para acercarse a la juventud, con sus tope-guay y su platónico fútbol-siete, pero dirigida a los turistas. Eso, o como mínimo, enchufarle un gastrobar. O meter en la cosa a Fernando Francés, que está visto y comprobado que son los dos únicos caminos que suelen conmover a algunos, digamos al Ayuntamiento, que los otros tienen los suyos, y hacerles aflojar el triste óbolo-latón en cuestiones relacionadas con la cultura. Un año más llega septiembre y casi toda Málaga continúa con una red deficitaria de bibliotecas, sin que parezca importarle a ninguna administración competente lo más mínimo. Hasta el punto de que uno se pregunta dónde jugarán nuestros niños, o sea todos, cuando se cansen / cansemos de jugar y quieran hacer unas oposiciones o pegarle a la recherche, que no todo va a ser croqueta emulsionada, y menos sin un céntimo, ya sea por distanciarnos de vez en cuando del sopor y de la contemporaneidad repantigona del simio.

En la del centro cultural de Ollerías, otrora casi del 27, los funcionarios llegan a compadecerse. E, incluso, no falta el espontáneo, según nos cuenta amablemente una lectora, que tira de ironía y compara las colas matutinas con una especie de reserva frente a la borrachera gourmet y la ruta de las raciones. Aquí, en el centro de Málaga, hay pocas bibliotecas y hasta el otoño no existe el horario vespertino; se entiende que en verano se estudia con la fresca. Y que las tardes están para jugar al mus con los funcionarios del catastro, la playa o la piscina. No es de extrañar que algunos, por necesidad, sientan nostalgia del barro, que en las capitales son los pueblos, esos sitios de novenas y folclores donde no llega Chagall, pero que a menudo cuentan con bibliotecas decentes con salas de estudio que no cierran en agosto hasta la medianoche. Aunque sólo sea para acompañar en el presupuesto al inevitable premio de poesía.

A veces da la sensación de que Málaga planifica la cultura con modales de cristiano viejo, pensando en la hidalguía. Faltan recursos básicos, se mandan lazarillos a pordiosear por Sevilla o a Madrid, y mientras tanto, abundan los palacios y los salones impecables que tanto gustan a las visitas. Es el peligro de convertir en un dogma la colaboración público-privada, que no siempre funciona, porque existen servicios cuya rentabilidad es social y que no admiten negocio, a menos que desgraven o que se añada una heladería. La Málaga de los museos, la mcdonalización del arte de la que hablaba mi admirado Fernando Castro Flórez, está muy bien y es un lujo del que uno disfruta, pero sin un proyecto que tenga en cuenta lo más elemental se corre el riesgo de provocar una desconexión, de dividir el tejido social en dos esferas a menudo irreconciliables, la del escaparatismo manierista y cultural de los turistas y la del resto, que ni quiere ni puede ni participa, a no ser que esté en el paro y tenga que servir unos finos. En Italia dan 500 euros para que los jóvenes aprendan e inviertan en libros y arte, otros lugares no cobran a los censados en el municipio. Veo en el Picasso, en la tarde de acceso libre, a decenas de personas haciéndose un selfie a toda prisa frente a un Pollock y siguiendo con el acelerado espectáculo en cadena de sus vidas y de la cultura. Queda un mundo por reposar y por hacer. En toda escala y perspectiva.