El ya un poco lejano día -28 de mayo- leí en estas mismas páginas de La Opinión que se iba a celebrar el Gazpacho Day. Lo del gazpacho lo entendí porque soy un asiduo consumidor de tan rica y nutritiva vianda que, según mis pobres conocimientos nutricionistas y alimentarios, tiene un sencillo origen: alimento muy desarrollado en el campo andaluz, especialmente durante el estío, cuando los braceros proceden a la recolección de las cosechas de cereales y otras frutas y hortalizas por reunir varios ingredientes muy necesarios para la subsistencia, como tomates, cebollas, pepinos, ajos, miga de pan, sal, vinagre, aceite y abundante agua, e incluso pimientos verdes y rojos y manzana, ingredientes todos muy necesarios por su riqueza vitamínica y sales para soportar los calores veraniegos con temperaturas que incluso llegan a los cuarenta grados centígrados.

Volviendo a las primeras palabras de este reportaje, a la mágica y sustanciosa palabra gazpacho, se le unía o agregaba Day.

Como mi única lengua de comunicación es el español con algunas reminiscencias del latín y griego del bachillerato de siete años que estudié en los años cuarenta del siglo pasado, la palabra acompañante del gazpacho -day- no me decía nada. Menos mal que mi mujer, que estudió antes de casarse conmigo y renunció a los estudios superiores del saber, me sacó de duda: day es día en inglés. Total, que el anuncio del Gazpacho Day era, en español, Día del Gazpacho.

Y sin ánimo de ofender a nadie me hice la siguiente reflexión: ¿A qué extravagante mente se le ocurrió anunciar el evento en inglés? Con lo fácil que hubiera sido anunciar Día del Gazpacho. Mi cabreo me impidió ir a gozar de las excelencias del rico alimento. En lugar de acercarme a uno de los establecimientos participantes con el pomposo reclamo, le dije a mi sufrida esposa que me preparara un gazpacho, no con el vetusto procedimiento del mortero dale que pega, sino recurriendo al gran invento de la ingeniería culinaria como es la termomix.

Me temo que algún mastuerzo (hombre necio, torpe y majadero, según la Real Academia Española) utilice la misma regla del Gazpacho Day para anunciar el 29 de mayo de 2017 el XVIII Caracoles Day of Riogordo City, para que los angloparlantes lo pasen bomba gozando de un exquisito plato no veraniego pero bueno en cualquier tiempo.

Nuestro querido Ayuntamiento puede caer también en el pecado de anunciar la próxima edición de la Noche en Blanco como la White Night.

Y siguen

No pasó mucho tiempo entre e Gazpacho Day con nuevos anglicismos, como la flamante aparición de la cadena ‘Peluquerías Low Cost’, el Primer Encuentro Internacional Art Tolox, las nuevas Startups, con la larga lista de seleccionados -Workola, Flixit, Hello givers, Ipath-Smartpubli y así once nombrecitos no aptos para mi pobres conocimientos-, la recuperación del Luxury Weekend de Marbella, la Summer Fashion Rundway, la Fashion Rooms 29…, lo único que entiendo de ésta última es el 29, etc.

En mis paseos callejeros me enfrenté con un anuncio que rezaba así: Fas Food. Creo que era algo relacionado con la restauración gastronómica. Por si acaso eludí el acceso al local, seguí andando y descubrí un establecimiento que en una pizarra escrito con tiza ofertaba «Huevos fritos con papas». Esto sí que es serio. Y entré. ¡Adiós, Fas Food!

Un reportaje publicado hace poco en el suplemento dominical de un periódico empezaba así: «Londres es la ciudad más cool del planeta». Yo estuve en Londres hace muchísimos años; no sé si entonces era cool o no. Me gustaría que alguien me lo dijera para programar un nuevo viaje a la capital del Reino Unido de la Gran Bretaña. Hasta que no sepa lo que encierra la misteriosa palabra no me atreveré a ir por si la «poli» me considera indeseable o peligroso para la estabilidad de la longeva reina y su brexit aprobado y rechazado después por los mismos partidarios de salir de la Unión Europea.

Ante tanto anglicismo y estupideces que rodean al ciudadano medio tengo en estudio la contratación de una persona de habla inglesa que domine también el español, para que me acompañe las horas del día que esté despierto, o sea, una jornada continuada de dieciséis horas. Lo colocaré a mi vera para que me vaya traduciendo al español todos los textos y palabras inglesas que invaden mi entorno, bien cuando voy por la calle sorteando mesas y sillas de los bares y restaurantes, bien cuando me siento ante el televisor para ver los anuncios de jóvenes veinteañeras que recomiendan cremas y potingues que ellas no necesitan porque disfrutan de lo que no tiene precio -juventud- y me traduzca todo lo que anuncian en inglés y que quizá podría educar el oído para poder entender qué dicen, sobre todo cuando el anuncio se refiere a perfumes y colonias que los dicen en un exquisito francés que ni el propio monsieur Hollande entiende.

Mi traductor de cabecera sería algo así como la mascota -perro- que exhiben señoras y señores por las calles, plazas, jardines y zonas de recreo de la ciudad, con la ventaja de que mi mascota no defecará ni se meará sin distinción de lugar, ya sea árbol, poste telefónico o de cadena privada de televisión durante el paseo matinal o vespertino. Será una persona educada en colegio de pago, de las que ceden paso a las personas del sexo opuesto y no escupen los chicles después de haberle sacado el gusto azucarado que les caracteriza. No emporcará ningún lugar público. Será mi asesor personal. O mi entrenador. Lo que no aceptaría es que fuera mi coach, otra de las grandes conquistas de la estupidez española del siglo XXI.

Pero como mi paga de jubilado no me permite contratar a una persona que me facilite la vida -un contrato permanente de dieciséis horas diarias sin descanso los sábados y domingos ni permisos para asuntos propios, escapa de mis posibilidades dinerarias-, estoy analizando otra solución más económica: olvidar, si ello es posible, la lengua que hablo y leo, y aprender el búlgaro, que tampoco me servirá de mucho; bueno, al menos no entendería a los políticos, incluidos los catalanes, las tonterías, mentiras, promesas, insultos y otras lindezas que largan a diario por tierra, mar y aire.

Desde hoy me convierto en adalid de la defensa de la lengua española, y exijo, como los políticos de la oposición dicen una y otra vez contra a los que mandan, que en lo sucesivo desaparezca de los productos españoles, ya sean naturales o derivados de la industria, el marchamo ‘Made in Spain’, y en su lugar se imprima ‘Hecho en España’, o ‘Fabricado en España’ o ‘Producto español’, y en cualquiera de los tres ejemplos con Ñ de coño, ya que la consonante Ñ es ‘Made in Spain’.