Todavía hay muchos clientes que al ver los gestos de Ricardo (Richard) Belmonte o sus bromas, parecen estar viendo a su padre, Francisco Belmonte, más conocido como Paco, el Bigote, por el espeso bigote que lució desde joven. Detrás de la simpatía y buen humor del kiosquero malagueño, fallecido en 2013, hay una vida de sacrificio y superación que comenzó al nacer, en plena posguerra, en una familia muy humilde del Palo.

Su misma entrada en el colegio le marcaría para toda la vida: A comienzos de los años 50, al segundo o tercer día de clase, saltó por la ventana y nunca más volvió al colegio. No fue ningún capricho: «Le quitaron el material del colegio, que a su padre, que era hilero y hacía cestas y alforjas, le había costado mucho conseguir y por eso se fue», cuenta Richard de su padre, de quien también comenta que algunos días, cuando acuciaba el hambre con cinco o seis años, llevaba la comida a su padre, que trabajaba en la calle Villafuerte, y cuando no podía aguantar más se la comía por el camino. «Mi abuelo no podía decirle nada porque era muy niño».

Así que la calle fue siempre la universidad de Paco, que nació junto al arroyo Jaboneros en 1947 y se crió en las conocidas como viviendas protegidas del Palo, donde vivía su familia y donde conoció a Carmen, su mujer, con quien se casó a primeros de los 70 y tuvo cuatro hijos.

La vida le condujo a la albañilería, para sacar adelante a la familia. «A él le gustaba trabajar por su cuenta, no a las órdenes de nadie», destaca su hijo.

Y a finales de los 70 o comienzos de los 80, para redondear los ingresos, puso en marcha en verano un negocio de alquiler de pequeñas barcas de madera que recordaban a barcos vikingos. El negocio lo montó frente al merendero El Cabra, en la playa de Pedregalejo.

Por cierto que ya por entonces un bigote poblado era una de las señas de Paco Belmonte, por eso su hijo Richard recuerda que, «un día, no sé por qué, siendo yo pequeño se lo quitó, llamó a la casa, abrí la puerta y no lo reconocí», ríe.

Los barcos vikingos dieron paso a los hidropedales, en el mismo emplazamiento. Los aparatos los compraba en La Noria, en Churriana. «Recuerdo haber ido a La Noria con mi padre a por poliéster y fibra de poliéster para las reparaciones. Él los arreglaba, lijaba, pintaba y los dejaba estupendos», cuenta el hijo.

Paco llegó a tener diez hidropedales, los cinco más grandes con los nombres de su mujer, Carmen, y sus hijos: Francisco, Richard, Jaime y Carlos.

Con el tiempo, no se le quitaba una idea de la cabeza: Ya conocía a su amigo Juan Antonio, kiosquero en la playa de Pedregalejo, y un día que pasaba en moto con su cuñado delante de la playa de las Acacias, al llegar al Paseo de las Acacias le dijo claramente: «Aquí quiero montar un kiosco».

Y cumplió su sueño en 1982, con el nuevo paseo marítimo y los nuevos espigones a medio hacer (se inaugurarían en 1983).

«La licencia la daba el Ayuntamiento, tuvo que luchar mucho para conseguirla porque por aquel entonces te la daban por el número de hijos, el paro y además, todos los años había que renovarla, no como ahora que es cada 15 años, así que todos los años tenía la preocupación de que no se la dieran».

Paco Belmonte comenzó con un kiosco proporcionado por los helados Avidesa y vivió el boom de Pedregalejo, durante años la única playa acondicionada de Málaga, además de que el barrio se puso de moda para el ocio noctuno. Esto le supuso trabajar de lunes a domingo de 10 de la mañana a una de la mañana, aunque en días señalados como la Noche de San Juan o el Día de la Virgen del Carmen veía amanecer en su trabajo.

«Tenía el kiosco pero en invierno tenía que trabajar de albañil, aunque había veranos que no hizo falta porque la familia podía vivir bien», destaca Richard.

Francisco Belmonte, Paco, el Bigote, pronto resaltó en Pedregalejo por su sentido del humor y simpatía. Como destaca su hijo, «tenía coletillas a la hora de tratar a los chavales, por ejemplo, si alguien pedía un Frigopie, él preguntaba: ¿De qué número?, ¿izquierdo o derecho? y si se trataba de un Drácula, le decía, ¿cómo lo quieres, vivo o muerto?».

Algunas de esas coletillas las mantiene su hijo, pero también trucos de magia como poner de pie, en equilibrio, un cucurucho de helado en el mostrador para asombro de los más pequeños.

«Hay clientes que me recuerdan cosas de mi padre, aquí vienen a comprar con sus niños, igual que ellos acudían con sus padres», explica Richard.

Del kiosco de su padre también recuerda que, para atraer clientela, le daba por llenarlo de luces de Navidad en pleno verano. «Las ponía de noche porque antiguamente acababa a la una ya que había mucho trabajo. Antes de la crisis», apunta.

En 2013, Paco, el Bigote falleció por problemas de salud que llevaba arrastrando desde 2010. Hace siete veranos que su hijo Ricardo, Richard, cogió el testigo y además abrió un perfil en facebook (Kiosco Paco El Bigote Pedregalejo) que entre otras cosas quiere ser un homenaje a su padre. «Esto de trabajar en el kiosco es duro y ya sé lo que él pasó, aunque yo, mucho menos, porque el trabajo que hay ahora es la mitad», confiesa.

En cualquier caso, Richard trabaja de lunes a domingo, de 11 de la mañana a 10 de la noche, de abril a septiembre. «Seis meses sin parar y comiendo de pie». Los otros seis meses, cuida de su hija pequeña, Emma, que tiene con su mujer, Natalia, que ha sido su novia de toda la vida y que trabaja en la Universidad.

Richard, que invitó a su boda a varios amigos senegaleses que venden en la playa, cuenta que todos los que trabajan en ella «somos una pequeña familia». Esta segunda generación de kiosquero continúa dando ese plus de afecto y simpatía que aprendió de su padre, Paco Belmonte, de quien se siente especialmente orgulloso: «Siempre estuvo trabajando, siempre con su familia en la boca, siempre decía: ´Esto para mis hijos´. Donde fuera, donde trabajara». Un malagueño inolvidable.