A este Málaga le sale todo. Lucha, corre como nunca, compite hasta el último aliento y desde luego merece sus victorias, pero el estado de gracia en el que se encuentra el equipo hace que todo le salga de cara. Es curioso porque Murphy y su Ley tendrían mucho que decir de este equipo y de esta paradójica situación que se ha creado desde hace apenas un mes y poco. Anoche, contra un buen Celta, el Málaga encontró el camino hacia el triunfo con solvencia, pero también con la pizca de suerte que hace no mucho era esquiva. Vamos, que si la tostada se le cae al suelo, seguro que no es del lado de la mermelada. Y ahora, si algo puede salir bien, seguro que sale mucho mejor. Eso se refrenda con una victoria casi reveladora, la cuarta consecutiva y que no termina de poner techo al equipo tal y como está en este momento.

No, no es una exageración. Seguro que recuerdan el partido contra el Granada, la expulsión de Tissone y los derroteros que tomó el encuentro en los últimos minutos con aquel empate después de ir ganando 2-0. Ayer, contra los gallegos, el Málaga vivió una situación diametralmente opuesta, como si fuera un mundo totalmente paralelo. ¿Casualidad? No lo creo. El conjunto de Gracia ha crecido en muchas virtudes, lleva el positivismo por bandera y eso incita a que la suerte pueda estar de su lado cuando haya que buscarla.

Esa sensación de felicidad se ha trasladado del césped a la grada. Ayer, con la ola y los vítores de la afición se puede confirmar que se ha vuelto a colgar el cartel de máxima felicidad en la puerta de La Rosaleda. Esta gente, esta afición, a poco que le den, responde. Y eso también se hizo notar.

De cualquier modo, la situación se ha puesto muy bonita en este inicio de 2016. La inyección de 12 puntos consecutivos en la clasificación te catapultan hasta cotas impensables hace un mes. Tal es la locura que alcanza este nuevo Málaga que ha pasado de luchar por no ser colista a estar a cuatro puntos de Europa. Palabras mayores que casi nadie quiere pronunciar en Martiricos, pero que los números se empeñan en destacar.

Aún así, el Málaga debe mirar cada jornada como si fuera una cima diferente por hollar. O al menos, así parece en estas últimas jornadas. Antes, en la racha derrotista del conjunto blanquiazul, al equipo no se le podía achacar dejadez ni apatía. Estos mismos jugadores nunca han dejado de correr. Pero el derroche físico de anoche quizás no tenga parangón. Es esclarecedor que a pocos minutos para el final, con un hombre más y con una renta de dos goles en el marcador, la presión de dos o tres jugadores, las galopadas y la intensidad fueran los mejores argumentos. Quizás es el efecto contagio de Camacho y del mejor Amrabat, pero bienvenidos sean y así se perderán muy pocos partidos.

Pero no todo son luces en este Málaga. El gol, pese a que ayer se presentó para el equipo en dos ocasiones, sigue siendo el mayor lastre. Y suerte que la zaga malaguista rayó la perfección para evitar sobresaltos, porque el conjunto blanquiazul acumuló un buen puñado de ocasiones erradas. Incluso un penalti, el lanzado por Amrabat, también se fue al limbo. No puede dar tantas concesiones este equipo si pretende seguir creciendo.

Y es que la primera ocasión que tuvo el Málaga fue para adentro. Arrancó mejor el Celta, con criterio y toque en su juego, demostrando las virtudes que lo tienen en lo alto de la clasificación. Pero sus bajas han sido demasiado pesadas y la apuesta de Berizzo por cambiar cromos en la portería fue una osadía muy temeraria que le salió cara.

Porque Charles aprovechó la indecisión de Rubén para poner el 1-0 (9´) en un cabezazo de verdadero ariete. Y porque Albentosa (27´), también se creció para intimidar al meta celtiña, que para entonces ya era un flan. Dos testarazos para llevar la felicidad a la grada. Ni siquiera el pésimo Vicandi Garrido era capaz de ensombrecer el gran partido del Málaga, que se había sacudido el control del Celta a base de zarpazos y tesón.

En la reanudación, el Málaga no quiso concesiones y fue a por el conjunto gallego. Comenzó a tener más profundidad en su juego, a crecer la figura de Amrabat, que está en un gran estado de forma, y a circular mejor el balón. El Celta ya no creía tanto en lo que hacía y el Málaga moría por sus ideales.

Y en una contra llegó otro punto importante de la película. Charles encontró a Amrabat, que quería quitarse el sambenito de no haber marcado aún este curso como fuera, y en la jugada fue objeto de penalti y de expulsión de Rubén. El marroquí, eso sí, lanzó de manera penosa la pena máxima y el gol se perdió entre las piernas de Sergio y el larguero (66´).

Hasta el final del partido había tiempo, pero el Málaga controló la situación y pudo ampliar la renta en más de una ocasión. No lo hizo, pero acabó el partido con una sonrisa. La misma que un niño en el Día de Reyes. Posiblemente la misma que se reflejaba ayer en la parroquia malaguista.