Vaya por delante que el Málaga CF tenía que haber ganado al Leganés y no lo hizo. Lo demás es paja, humo, justificaciones y excusas para intentar esconder que este equipo tiene un problema serio. Por si no había quedado claro, hay que volver a recalcar que el conjunto blanquiazul debió traerse los tres puntos para casa, acabar con la mala racha lejos de La Rosaleda -que ya va por un año y subiendo- y así también espantar de una vez por todas los fantasmas que le atormentan del descenso. Pero no, un mal Málaga CF ofreció una imagen frágil, inconsistente y sobre todo muy decepcionante. Se mostró como un equipo menor, miedoso y sin argumentos futbolísticos. Empató, que a fin de cuentas es el mal menor, pero ni mucho menos ofreció un paso al frente en su juego ni en sus sensaciones. Un punto que el tiempo dirá si ha sido suficiente o si ha sido una ocasión desperdiciada, pero que se cosechó con más dosis de fortuna que por méritos reales. Y sobre todo, y lo que es peor, un punto que casi nunca discutió el Málaga para que fueran tres.

Si alguien pensaba o se imaginaba a un Málaga enrabietado de salida en Butarque, a un equipo a cien revoluciones y con la portería de Herrerín entre ceja y ceja para conseguir los puntos, estaba muy equivocado. El Málaga de Míchel, que tiene un serio problema de confianza y de autoestima, tiró la primera y única vez entre los tres palos en el minuto 84. Posiblemente sea el dato más demoledor del partido y la referencia clara de que el conjunto blanquiazul salió a no perder. Y efectivamente lo consiguió, pero desperdició una ocasión variopinta para dar un porrazo encima del tablero de juego por el descenso, donde se mueve ahora.

Este Málaga CF, que a diez jornadas para el final de Liga titubea y se muestra timorato, no sabe a hacia donde camina. Y esa indefinición lo está matando. Debe asumir cuanto antes el conjunto blanquiazul que está metido en la pelea, que cada punto es un tesoro pero que tres, de golpe y porrazo, te aseguran casi media salvación.

De salida, Míchel sacó un once con claro tufo defensivo. Y la consigna desde vestuarios parecía clara: escupir cualquier balón que rondara el área de Kameni. Los primeros 45 minutos malaguistas fueron un auténtico sopor, un cúmulo de fallos impropios de un equipo que aún mantiene una renta seria con el descenso. El foco está más que nunca encima de los jugadores, que de un día para otro son incapaces de dar dos pases seguidos o crear alguna jugada trenzada.

Con Pablo de interior, con Sandro y Charles perdidos en busca de cazar algún despeje y con la zaga repeliendo sin tapujos cualquier balón, la zona de creación brilló por su ausencia. Nadie puso liderazgo ni temple para bajar el balón, conducir unos metros, levantar la cabeza y comenzar a crear alguna jugada con fundamento. Ni Camacho, que no suele ser su cometido, ni José Rodríguez, que estaba sin estar. El balón quemada en los malaguistas durante los quince primeros minutos de juego dejando una sensación deprimente.

Pero los minutos pasaban y Kameni tampoco sufría demasiados apuros, salvo un acercamiento de Bustinza que sacó Charles en área pequeña. Todo transcurría con cierta tranquilidad, aunque con un nivel bajísimo juego. Hasta que llegó el arreón del «Lega». Diez minutos de sufrimiento que el gol local no llegó por cuestión de centímetros o por fortuna. Primero Kameni le metió al partido su dosis circense, casi ya habitual, con un despeje que acabó en los pies del rival en la frontal (32´), aunque todo quedó en un susto. Luego Mantovani mandó a las nubes un disparo cuando lo tenía todo para marcar (40´). Y tercero, Tito llegó forzado en otro desbarajuste de la zaga cuando ya se celebraba el primer tanto local en la grada.

A los puntos, el Málaga había llegado esquilmado al descanso. Garitano le había ganado la partida a Míchel y en duelos individuales, ningún jugador malaguista estaba por encima de su par del Leganés.

Los siguientes 45 minutos se antojaban un calvario si no cambiaban mucho las tornas. Y por fortuna, mejoraron. Porque el Málaga salió con otro brío a la vuelta de vestuarios y el conjunto blanquiazul fue más incisivo y más directo. Se quitó alguna de las numerosas chaquetas de presión que llevaba encima, comenzó a triangular, a pisar el área rival y a ser algo más que un simple saco de boxeo que sólo recibía golpes.

Los cambios también funcionaron. Entró Jony, que dio frescura en la izquierda aunque sin la fortuna necesaria. Keko, que aún está lejísimos de su nivel, ofreció prolongación. Y Duda, que no tuvo tiempo para mucho, llevó criterio. Y aunque Diego Rico pudo sorprender en los primeros minutos a Kameni, en un potente disparo y otro en un lanzamiento a la cruceta (70´), el Málaga tuvo la más clara con un paradón de Herrerín a cabezazo de Camacho.

Murió el partido con el Málaga en el campo del Leganés, aunque no lo hizo matando. Al menos se marchó con ese regusto, con la sensación de que si hubiera querido, quizás habría podido. Pero como apuntamos al principio, lo importante era ganar y no lo hizo. Mal asunto.