Antequera vivía ayer el día grande de su Real Feria de Agosto con el tercero de los festejos de abono, la tradicional Corrida Goyesca en la que reaparecía el diestro malagueño Saúl Jiménez Fortes tras la cornada sufrida el pasado miércoles en La Malagueta. Aparentemente pleno de facultades, suyo fue el toreo ante una deslucida corrida de Juan Albarrán.

Con apenas tres días de recuperación, se volvía a ceñir la taleguilla con las dos piernas heridas, la derecha en Santander y la izquierda en Málaga. Pero la dureza de cuerpo y mente de este torero, curtido ya en mil batallas, le hizo continuar con la mirada al frente en su lucha, y recuperando sensaciones de cara a otro importante compromiso que tiene en puertas como es anunciarse el próximo domingo en Bilbao con toros de la legendaria ganadería de Miura.

Se aseguraba la Puerta Grande en el primero de la tarde, un toro al que recibió de salida con verónicas enlazadas con chicuelinas y la revolera. Nuevamente lució el percal para llevar al astado al caballo por chicuelinas al paso, y concluyendo con un quite por gaoneras afaroladas. Tras brindar al diestro Paco Aguilar, intentaba un sorprendente inicio de faena sentándose en una silla de anea e el mismo centro del anillo para intentar pasárselo cambiado por la espalda. Resultó arrollado, afortunadamente sin consecuencias, e impávido recuperó la muleta para cuajar una faena de gran pureza y temple por los dos pitones que fue entendida por los aficionados que en tres cuartos de su aforo ocupaban los tendidos del bello coso de la ciudad del Torcal.

El que cerraba era un toro pastueño que apenas tenía fuerza para mantenerse en pie. Mostró su mansedumbre en los primeros compases de la faena cuando le dio un arreó para huir a las tablas, donde se tragó las tandas por ambos pitones a media altura. La actuación no pudo tener la rotundidad de la anterioridad del anterior por la condición del oponente, muy soso, aunque el temple volvió a imponerse mientras el público terminaba de vivir en pie las últimas series en las cercanías. Se impuso el toreo frente a los artificios y tras otra estocada y el descabello paseaba otras dos orejas que redondeaban una tarde en la que se pudo comprobar su dimensión.

Un trofeo paseó Francisco Rivera Ordóñez de su primero, con el que se estiró a la verónica y al que banderilleó; destacando un tercer par al violín. Se trataba de un toro que llegó a la faena literalmente parado, sin la mínima intención de embestir. A base de insistir lograba robarle una única tanda en redondo antes de loar una soberbia estocada al volapié, sin lugar a dudas lo mejor de su actuación, que fue respondida con el flamear de pañuelos. Como tantas veces hiciera su padre, dio la vuelta al ruedo con su hija menos en brazos.

Más completa fue el actuación en el quinto, un toro muy noble al que se le pegó fuerte en el caballo y que le permitió estar a gusto a media altura en una actuación que incrementó el interés del respetable cuando instrumentó circulares invertidos y abundó en desplantes. Pese a que el público protestó porque no banderilleara en esta ocasión, finalmente se produjo su reconciliación y se le concedió otro apéndice tras un pinchazo y estocada.

Tras su populosa actuación en la Feria de Primavera, la empresa optaba por volver a anunciar a Manuel Díaz El Cordobés, que esta vez se fue sin premio. El que abría plaza fue un animal muy manso. También es cierto que el viento molestó mucho toda la tarde. La faena, estuvo carente de contenido. El cabeceo del burel, con peligro por momento al querer colarse fundamentalmente por el pitón derecho, fue replicado con el oficio adquirido en todos sus años de profesión, en una labor de monopase. Su segundo también estuvo descastado, aunque desarrolló genio. No logró corregirle el defecto, que se mantuvo durante toda una labor que se fue sucediendo por los diferentes terrenos de la plaza a merced del animal que, rajado, huía del engaño presentado por el matador.