Me comentaba un amigo hace poco que hay ciertos políticos que son expertos en el arte de la provocación y a los que les gusta recibir mamporros del partido rival. Un destacado miembro de este selecto club de infatigables encajadores es Antonio Sanz, el fiel escudero de Javier Arenas del que ya ha aprendido el arte de estar en todas las salsas de la actualidad política. Su último invento es elaborar un mapa de la corrupción política en Andalucía y, como es habitual en todo partido, se le olvidó mirar debajo de las alfombras de la sede del PP para ver cuántos cargos públicos podía sumar a los 140 que citó del PSOE. Está bien eso de exigir, controlar, denunciar, acosar y derribar al enemigo. De eso se trata. Pero no basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que parecerlo. A Sanz el proverbio de Plutarco no le debe sonar. Y Plutarco, menos.

A Sanz lo que le pone de verdad es atizarle al PSOE y soltar una retahíla de titulares, la mayoría tan inconsistentes como su forma de entender la política. Para tener legitimidad a la hora de acusar uno debe antes estar libre de pecado. Y el PP, por desgracia, al igual que otras formaciones políticas, está salpicado por casos de presunta corrupción política que van desde Gürtel, Matas y Palma Arena, Faycán, Fabra... hasta llegar a Alhaurín el Grande. Nada de esto comentó, lógicamente Sanz, pero hay que tener aplomo para dibujar el mapa de la corrupción del PSOE, presentarlo y ni siquier sonrojarse cuando se le preguntó cómo era el mapa del PP.

Mientras tengamos unos gobernantes con este talante (y talento), poco podemos esperar para regenerar una actividad esencial para la sociedad. La política es necesaria, pero no a cualquier precio.