Nunca una esquina ha sido tan importante. En ninguna ciudad. Tampoco en ningún campo de fútbol. Es extraño que una esquina sea la piedra filosofal que transmuta el cemento en oro. Que una esquina se convierta en la conciencia crítica de los ciudadanos y también en el epicentro de una tormenta política. Esquinas hay en todas partes. Pero ninguna como la esquina entre el paseo de Los Curas y el Paseo de la Farola. La bisagra de oro del puerto de Málaga. La china de Enrique Linde en el zapato del alcalde. La china de Francisco de la Torre en el zapato del presidente de la Autoridad Portuaria. La esquina que suena a equis para los urbanistas y los arquitectos de Málaga. La arista donde interseccionan los planos de lo público y de lo privado. El ángulo desde el que observar la batalla del Plan Especial del Puerto. Un puerto que es fenicio. Lo que explica perfectamente que este proyecto haya sido, desde el principio, con sus claroscuros, sus tiras y aflojas, sus digo diego donde dije digo, una operación económica enfocada a conseguir un reparto de beneficios. No nos engañemos. No seamos utópicos, como somos con todo lo que suena a futuro, a modernidad, a capitalidad europea, en esta ciudad en permanente debate y contradicción.

El plan especial nunca ha pensado realmente en abrir el puerto a la ciudad ni en integrar la ciudad en el puerto. El plan especial lo que ha pretendido siempre es hacer negocio con la ciudad. No cobrarán la entrada. Faltaba más. Pero el puerto, con sus ofertas, al igual que la mayoría de los puertos, es un espacio comercial que atrae inversiones y promete rentabilidad. En una palabra, el puerto es una caja registradora. No es el corazón de la ciudad. Tampoco la puerta de entrada, la extensión del centro histórico ni el escaparate de la identidad de Málaga. Hace siglos, los puertos si eran esa imagen que definía a un pueblo y su cultura. Fue después de los fenicios, para los que el puerto, cada puerto, era un mercado. Un centro comercial antiguo. Lo mismo que ahora.

El problema está en que en Málaga nunca se habla claro. En que a la mayoría se les convence rápido. Una bonita maqueta, una estrategia de fechas para aprobar proyectos evitando alegaciones, unas cuántas voces preclaras y las amenazas soterradas para disuadir las críticas en los medios de comunicación, son suficientes para llevarse el gato al agua. El problema también está en que, después de varios planes estratégicos sobre la ciudad, Málaga sigue sin un modelo serio, solvente, propio. Se discursea mucho con términos grandilocuentes como excelencia, sostenibilidad, consenso y viabilidad, entre otras palabras de celofán político, pero nunca se concreta. Jamás se define. No sólo con el plan especial del Puerto. Sucede igual con el proyecto del Guadalmedina, con los Baños del Carmen, con los rascacielos de Repsol y de La Térmica, con cualquier desarrollo de futuro de una ciudad que tiene potencialidades para ser más, para ser mejor. A pesar de la suciedad de las calles, del excesivo impacto del ruido, de la deconstrucción medioambiental del litoral, de la corrupción urbanística, del merdellonismo que se extiende cada vez más, del populismo dominante y de la tendencia de los partidos y de las instituciones a torpedearse, a buscar la viga en ojo ajeno, sin intención de aunar esfuerzos, de alcanzar acuerdos por el bien futuro de un territorio común. Hace tiempo que Málaga es como la Torre de Babel. Cada uno habla una lengua propia que quiere imponer sin escuchar a los demás. El resultado, la casa sin barrer y en permanente construcción. Veinte años de plan especial y seguimos igual o peor. Soñando con ser la vanguardia del sur y una capital cosmopolita, europea. Claro que primero haría falta que Málaga haga terapia sin complejos, con sinceridad, sin echar mano de las descalificaciones, de los intereses particulares, del viejo depotismo. También es primordial que, de una vez por todas, nos pongamos de acuerdo en qué es Málaga, en qué quiere ser de verdad y en cómo podemos hacerlo realidad. Sin marear tanto la perdiz. Este debería ser el verdadero plan especial de la ciudad. De momento, el futuro no está a la vuelta de una esquina.