Terry Jones, pastor de una iglesia de Florida, posa con una pistola en la mano mientras invita a la quema de coranes. «Día mundial de la quema de el Corán» se titula, de hecho, la convocatoria organizada por él para condenar los atentados terroristas del 11 de septiembre en su aniversario y para presionar a que en la Zona Cero no se construya ninguna mezquita. Como escribo este artículo el 10 de septiembre no sé si habrá cumplido o no su amenaza, ya que desde que se supo su descabellada idea ha estado recibiendo presiones para que se retracte, aunque eso, retractarse o no, sea lo de menos mientras hable, se deje hacer fotografías y suba al púlpito con una pistola en la mano. Esa pistola le convierte en un terrorista potencial (y en un terrorista indirecto, ya que su gesto animará a muchos de sus seguidores y a muchos de sus contrarios a tomar decisiones de guerra de guerrillas inmediatas que causarán muerte y sufrimientos incontables) y en un fanático, es decir, en alguien que ninguna democracia debería permitirse.

Nicolas Sarkozy, por su parte, decide expulsar cientos de gitanos rumanos de Francia desoyendo el clamor de las instituciones internacionales, de los más elementales principios éticos y legales, de las lecciones de la Historia, y de buena parte de su propia ciudadanía. Esos gitanos, que se exiliaron de un país en bancarrota para no morirse de hambre, fueron a a Francia y a otros países en uso de su derecho, que los rumanos tienen desde el año 2007, a la libre circulación de ciudadanos por la Unión Europea. Expulsarles a ellos, por tanto, es un acto de xenofobia (y de ilegalidad, como espero que defiendan los tribunales internacionales) intolerable en una democracia europea del siglo XXI. Sarkozy no necesita una pistola, como el reverendo Terry Jones, para reforzar, con una imagen de tipo duro y resuelto, sus amenazas. Le basta con tener policías, jueces, militares, aviones y excavadoras, que en conjunto tienen una capacidad de resolución y de violencia mucho mayor que la pistola del norteamericano.

Terry Jones y Nicolas Sarkozy han encontrado en el Corán y en los gitanos, respectivamente, un chivo expiatorio al que culpar de los males, reales o ficticios, de sus comunidades. Llama la atención que ambos sean miembros respetados y, cada uno a su nivel, importantes dentro de unas sociedades, la de Estados Unidos y la de Francia, que son líderes históricos de la defensa de los derechos humanos y de la democracia, y que son un ejemplo de integración multirracial y multireligiosa. Llama también la atención que sean, varios siglos depués de la Inquisición, los musulmanes y los gitanos los elegidos como enemigos genéricos y sin cuartel, esos a los que hay que perseguir sin pararse a hacer distinciones entre terroristas (los menos) y simples fieles (la inmensa mayoría), por una parte, y entre buscavidas ilegales (los menos) y legales (la inmensa mayoría) por otra. Puestos a señalar culpables de los males que nos aquejan, mirémonos al ombligo y expulsemos de España, por poner un ejemplo, a todos los implicados en los casos de corrupción y mangancia política, con los que no sólo no nos atrevemos sino a los que, a poco que nos descuidemos, volveremos a ver gobernando instituciones importantes.