Una fuerte crisis de personalidad acecha al presidente de los socialistas vascos. Pasa de acusar en público –en un artículo supuestamente meditado– de falta de valentía al presidente del Gobierno a retractarse después de una conversación con él. ¿Déficit de personalidad?

Hay patologías difíciles de digerir: en política, el exceso de personalismo o el narcisismo tiene difícil cura porque significa el enamoramiento de sí mismo de quien la padece. Jesús Eguiguren, figura polémica en lo político y en lo personal, tiene el síndrome de especialista en el mundo abertzale que ha terminado por ser un síndrome de Estocolmo. Sus contactos frecuentes desde el año 2002 con el universo abertzale han provocado su comprensión por quienes debería combatir y actualmente se acerca más a ser considerado como un abogado de ETA que como un dirigente socialista.

Sus tesis se basan en sus deseos y chocan con la realidad. Si ETA no hubiera torpedeado la negociación anterior con los terribles asesinatos de la T 4, es posible que nos estuviéramos lamentado toda la vida de las concesiones que Eguiguren estaba dispuesto a hacer a ETA, en nombre del presidente del Gobierno al que ahora llama indirectamente cobarde, con tal de pasar a la historia como el salvador de la lucha contra el terrorismo.

La rectificación posterior del ejecutivo y la eficacia policial es lo que ha colocado a ETA contra las cuerdas. Ahora lo que toca es que SORTU sea quien tramite el final voluntario del terrorismo. Aliviarle al mundo abertzale de la obligación de exigir a ETA su disolución no ayuda a solucionar el problema sino que interrumpe un final que ya está a la vista.

Una y otra vez Eguiguren aparece como la mosca que tan pensada se pone en verano. Y no lo hace sigilosamente, en el interior de su partido, sino que lo publica a página completa, para que todo el mundo se acuerde de que él existe y que no puede vivir sin los focos. Produce aburrimiento y melancolía.