La policía es una institución bien valorada en España. Según las encuestas del CIS, los policías son más apreciados en nuestro país que los periodistas o los políticos. Una cosa así no pasa por casualidad; para que una institución tenga el respeto y el aprecio de la gente, hace falta mucho esfuerzo por parte de sus miembros, y hace falta también mucha suerte. La verdad es que los policías no tenían una buena situación de partida. Su papel como cuerpo represor al servicio de una dictadura no se lo ponía fácil a priori.

No obstante, los ciudadanos han sabido reconocer los enormes costes humanos que han tenido que soportar los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad en la defensa del orden constitucional y de nuestras libertades. Los cimientos de la reputación de nuestra policía son sólidos, pero no son invulnerables. Como ocurre con otras instituciones, son necesarios muy pocos policías para arruinar los logros conseguidos gracias al trabajo esforzado de todos ellos, y al sacrificio de demasiados.

Hay instituciones que conviene vigilar muy atentamente, desde dentro y desde fuera. Sobre todo por el tipo de personas que pueden atraer a sus filas y por el tipo de tentaciones que pueden darse entre las mismas. En ocasiones, la política, la enseñanza o la seguridad, atraen a personas para las que el poder, los adolescentes o la violencia son algo muy distinto a una forma de servir a los demás.

Estos días hemos podido ver un vídeo en el que un grupo de policías acosaban y golpeaban a varias personas. Lo que se ve produce desagrado y preocupación. No hay ni mucha profesionalidad, ni mucho heroísmo en la actuación del policía que se dirige hacia una chica y le da secamente un golpe en la cara, tampoco la hay en el que golpea por la espalda al joven que acompañaba a la chica, precisamente mientras trataba de llevársela en volandas cumpliendo las órdenes de los policías. Viendo la grabación inquieta profundamente lo que hay de sádico desahogo en el golpe a la chica, y también lo que hay de rutinaria banalidad en el golpe al chico que trata de protegerla, por no hablar del tipo de reflejo que lleva a otro policía a golpear a un fotógrafo que registraba con su cámara lo que estaba sucediendo.

Viendo la actuación de esos policías uno tiene la poderosa impresión de que algunas personas con cierta afición a golpear a la gente han encontrado en la policía el mismo tipo de refugio para sus oscuras pasiones que el que encontraron algunos curas en los internados irlandeses. Eso podría explicar el golpe a la chica y es preocupante; pero hay más, los golpes al chico y al fotógrafo apuntan a algo más que a un comportamiento psicológicamente desviado. Hay algo peor que una pasión oscura: una pasión oscura legitimada por una ideología. Preocupa ese catálogo de comportamientos tan impropios de una policía democrática desplegado en tan sólo unos pocos segundos. Y es a la policía a quienes primero debería preocupar. Una policía cuya razón de ser es la protección de las libertades de los ciudadanos, no puede golpear de esa manera a los mismos ciudadanos que debe proteger. Esa actuación genera mucha inseguridad, precisamente por los encargados de producir seguridad.

Esos policías en concreto no estaban defendiendo nuestras libertades con los medios que hemos puesto a su disposición, incluido el derecho a usar la porra. Lo que se ve en el vídeo deshonra a los policías que lo estaban haciendo, pero deshonrará a sus compañeros, y a más gente que sus compañeros, si no se toman decisiones que vayan más allá de la evidente depuración de responsabilidades. Los periodistas que informaron del incidente han hecho algo bueno por las libertades cívicas y así han prestigiado al periodismo, ahora la propia policía y los responsables políticos deberíamos hacer algo que estuviera a la altura de lo que han hecho esos periodistas.

Diputado y portavoz socialista en la comisión de Cultura del Congreso