Publicábamos ayer en las páginas de este periódico las conclusiones del foro cofrade que celebrábamos el martes en la sede de Cajamar. La primera parte del debate se centró en los conflictos internos vividos en más de una cofradía durante el proceso para elegir nuevo hermano mayor. Situaciones poco ejemplarizantes y nada cofrades, que dejan en entredicho la labor de quienes trabajan por su hermandad de manera anónima, discreta, callada y sin pedir nada a cambio. «No son cofrades», se dijo en un momento de la tertulia, en alusión a los que pretenden usar las cofradías en su propio beneficio, pierden las elecciones y desaparecen de la vida diaria de la corporación que aspiraban gobernar. La pregunta que me hago es la siguiente: ¿Y los que ganan y dirigen, son cofrades por eso? Cada día lo tengo más claro. No. No todos.

La palabra cofrade se aplica con suma ligereza a quienes son hermanos de una cofradía. Ni siquiera se es cofrade por ir todo el año a tu hermandad. Tampoco por sentir devoción por las imágenes titulares. Eso te convierte en devoto.

No se puede ser cofrade si, por el hecho de serlo, te crees algo más que el orgullo que se puede sentir por servir a la institución y a tus hermanos, o por regalar a la entidad lo que mejor sabes hacer. A veces, ni con la mejor de las voluntades ni el mejor hacer es aceptado.

No se puede ser cofrade si no sabes lo que es una cofradía, si no sabes a lo que vas, si no escuchas antes de ser escuchado, si no eres autocrítico, si no sabes pedir perdón. Estar en una junta de gobierno es una opción personal, un acto voluntario. No por eso se tienen más derechos, sí acaso más obligaciones.

Tampoco eres cofrade si se te llena la boca de teoría, o por saber el nombre de todas las marchas y reconocerlas con sólo escuchar el primer compás, conoces el autor de todos los Cristos o te entretienes sólo en la correcta alineación del clavel en la piña.

No eres cofrade si te incordia ir los cultos, no sabes el significado de la liturgia, te molesta el incienso, no aplicas la simbología y ordenas las cosas a medida de tu capricho sin tener en cuenta que todo, absolutamente todo, tiene un por qué. No eres cofrade si primas «a mis amigos» por encima de la cofradía. O si las obras sociales te suponen un gasto en lugar de una inversión en beneficio de quienes más lo necesitan.

Y no tienes derecho a llamarte cofrade si el cuchicheo y los chismes forman parte de tu religión, si no aceptas que haya hermanos que piensen diferente o si eres capaz de vender tu alma por un martillo.

También se dijo en el foro que el tiempo pone a cada uno en su sitio, y que si crees en tu proyecto de hermandad, tarde o temprano te dará la razón, con paciencia. A estas alturas no sé si merece la pena llegar a la meta sin disfrutar del viaje. Dudo, además, de que nadie puede llegar a cumplir tantas condiciones, yo el primero. Ser cofrade, en realidad, es muy difícil.