Tal y como se presagiaba, los Presupuestos Generales del Estado han aplicado un tijeretazo de los buenos: 27.300 millones de euros de ajuste en el gasto, con un recorte medio del 16,9% en el gasto de los ministerios, y de un 50% en las partidas e inversiones para Málaga, que se quedan en unos nimios 375 millones. No son unas cuentas para crecer, ni siquiera, como suele decirse cuando rezamos a la Virgen, para quedarnos como estamos. Más bien se trata de unas cuentas rituales, de un sacrificio consumado para satisfacer a unos mercados que cada vez se asemejan más a esas deidades de la antigüedad que reclamaban sangre para obrar el milagro de la prosperidad.

Cuando los griegos y otros pueblos sacrificaban un centenar de bueyes a los dioses realizaban, etimológicamente hablando, una hecatombe. El Gobierno de Rajoy ha hecho ahora lo mismo, quemado en la pira miles de millones que nadie sabe si bastarán para calmar a los anónimos inversores, los mismos que han pasado de ser los amigos entrañables que nos financiaban la fiesta en los años de abundancia a revelarse como Caronte, aquel tétrico barquero de la mitología clásica que, a cambio de una moneda, se ofrecía a cruzarnos la laguna Estigia. Del otro lado estaba el Hades, al Tártaro o el mismísimo Infierno, si a ustedes les suena más cristiano. De momento, la propina por el severo recorte aplicado por España ha sido que la prima de riesgo ha superado de nuevo los 400 puntos básicos. Esperemos que Caronte se apiade por el camino y nos deje a los españoles en los Campos Elíseos.

Nadie con ciertas luces puede negar que los ajustes son necesarios, incluso imprescindibles, aunque se puede diferir en la profundidad de los mismos. Una cosa es demostrar a los mercados que somos capaces de apretarnos de verdad el cinturón y otra aplicarnos la dieta Dukan elevada a la enésima potencia, con el riesgo de que, además de la grasa, el régimen se nos lleve por delante el resto del organismo. Bueno es que no nos puedan acusar de manirrotos y que dejemos de gastarnos los cuartos en cigalas. Lo malo es que la alternativa sea quedarnos a pan y agua, porque eso no hay cuerpo que lo resista. Europa obliga, dice Rajoy, que aseguraba ayer impertérrito en Antequera que no hay más opción, y que si la hubiera, en todo caso, tendría consecuencias mucho más funestas.

Puede que así sea, pero el tajo al presupuesto público duele tanto como la amputación de sus miembros al enfermo de gangrena. Y ojo que, si en lugar de un brazo, cortamos a la altura del cuello el enfermo no tendría solución. Incluso los empresarios señalan un grave defecto en los PGE: la reducción de la inversión en obra pública. Málaga, seguramente, no pasará de los 150 millones de euros, siete veces menos que el mínimo calculado por el sector constructor de la provincia para garantizar unos 30.000 empleos. Pero eso no lo saben ni Dukan ni Caronte.