En la escuela catedralicia de Chartres, la más importante del siglo XII, impartía sus enseñanzas Guillermo de Conches, uno de los ilustres sabios chartrianos. Célebre gramático y filósofo, lector incansable de Séneca, eran muy admirados sus comentarios del Timeo de Platón, de la Consolatione de Boecio, o las obras de Macrobio. Decía el maestro que «el estudio de la sabiduría reivindica para sí al hombre todo entero; por lo tanto no tolera ninguna división». Así eran los que hicieron posible The Economist, el prestigioso y mundialmente leído semanario británico. Empezó a publicarse en Londres en 1843. Van camino de los dos siglos de existencia. Su fundador, James Wilson, y sus colaboradores estaban convencidos que el Imperio Británico necesitaba una publicación técnicamente impecable, inteligente e intelectualmente libre y muy exigente en el buen uso del idioma inglés. Y sobre todo, dedicada sin concesiones a la economía como una disciplina científica al servicio del progreso.

Desde su fundación The Economist ha sido muy influyente en el mundo de la economía política y la gestión empresarial. Es abanderada de una granítica filosofía editorial que apoya las opciones neoliberales, tanto en lo político como en lo financiero. Entre ellas, la preeminencia de los mercados y el comercio con mínimos controles, sin fronteras ni barreras. En la actualidad los principales accionistas del Economist son Pearson PLC - los propietarios del Financial Times - junto a miembros de la rama británica de la familia Rothschild. Y un número significativo de empleados del semanario, al que ellos siempre llaman el periódico. Su autoridad como un prestigioso medio de comunicación internacional no suele ser cuestionada.

Uno de los activos fundamentales que tiene The Economist son sus casi dos millones de lectores repartidos por todo el mundo. Entre ellos suelen estar muchos de aquellos que tienen el poder y la capacidad de mover hilos fundamentales en la economía mundial. Por todo esto me llamó la atención encontrarme el 15 de octubre pasado en el Economist (número 8806 -volumen 405) un muy interesante bloque de información dedicado a la creciente desigualdad económica y social en muchos países. Este semanario, de línea muy conservadora, nos confirma que ven en esta inequality un problema muy complicado para muchos países. Y esto ya es noticia, por venir de dónde viene.

En uno de los textos elaborados por los expertos del Economist podemos leer que es obvio que el abismo de la desigualdad se hace cada vez más profundo entre una minoría que generalmente representa el uno por ciento de la población y el resto de la sociedad. Esta tendencia parece ser imparable, sobre todo en países como los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, China o la India. En Estados Unidos el porcentaje de la riqueza nacional que está en poder de ese uno por ciento de la sociedad se ha multiplicado por dos desde 1980. Además el 90 por ciento de los incrementos en los nuevos ingresos generados desde 2009 ha terminado en los bolsillos de ese uno por ciento de los ciudadanos. El Economist ha identificado a 16.000 familias norteamericanas cuya riqueza alcanza niveles y ritmos de crecimiento sin precedentes en la historia de ese país. Los autores del informe no ocultan su preocupación ante el hecho de que este fenómeno esté coincidiendo con el empobrecimiento progresivo del resto de la sociedad. Es evidente que este desequilibrio está detrás de la actual ausencia de horizontes y oportunidades para amplias capas de la población mundial. Lo que puede llevarnos a situaciones que podrían tener unas consecuencias tan temibles como imprevisibles.