Estamos ante el fin de la Civilización Occidental? Quienes quieren ampararse todavía en la duda presentan esta cruda realidad como si solo fuera una amenaza.

Occidente se presentaba como garante de una serie de valores que se configuraban políticamente en las formas democráticas. Andando el tiempo, esas banderas se fueron reduciendo a algo menos ambicioso pero que seguía siendo el «núcleo duro» de una Civilización con mayúscula: un mundo donde rigieran universalmente los derechos humanos.

Es obvio que algunos países mantienen todavía ciertos resguardos que protegen los derechos humanos, pero los principios teóricos que sostenían todo el sistema han naufragado. De modo que la gradual pérdida de garantías puede verse avanzar sobre el mapa incluso en esos países «privilegiados». Hay muestras claras del derrumbe, como la creciente difusión del «delito de opinión» o el progresivo aumento de la represión de las protestas, o el crecimiento exponencial de la corrupción, o la sangrante pérdida de soberanía popular con la transferencia visible del poder al gran capital financiero. Pero si este retroceso feroz, con pérdida de «armas y bagajes» en el campo de las ideas, los principios y los valores, es ya una evidencia en el mundo «desarrollado», en el Tercer Mundo el respeto por los derechos humanos nunca existió o bien , tras un fugaz periodo, ha desaparecido por completo. Se suman, con efectos catastróficos, la desaparición de la soberanía nacional a nivel planetario y de la soberanía popular dentro de cada país.

He leído, con auténtico estupor, la transcripción (El País, 02/12/2012) de un artículo, del 29 de noviembre último, del legendario The New York Times sobre los llamados «asesinatos selectivos». Uno de los increíbles párrafos del artículo señala que se están desarrollando reglas (por la Administración Obama) sobre «cuándo matar a los terroristas en el mundo» y esto supone -¡dice el periódico!- «el reconocimiento de que cuando el Estado mata a gente lejos del campo de batalla debe actuar dentro de pautas formales basadas en el imperio de la ley (sic)€». €Añade que USA lleva 8 años matando a terroristas vinculados a Al Qaeda y los talibanes lejos del campo de batalla. Saltándose la obvia ilegalidad de matar (como lo hacen los vuelos de «drones», no tripulados) a personas que no han sido juzgadas y de las que nadie puede asegurar que sean «terroristas», añade que las reglas que se establezcan deben especificar «que nadie puede ser asesinado a menos que planee o participe activamente en el terror...». Es decir, que el diario ignora, o finge ignorar, que esos asesinatos jamás van a limitarse con reglas ya que es imposible saber desde el aire que el asesinado será «culpable» de algo. Además, pide que el asesinato -¡que, por definición, es un delito!- sea «un último recurso cuando se pueda demostrar que la captura es imposible».

Que «NYT», que se supone una de las voces menos controlada por el poder, caiga en la ingenuidad de pedir «reglas» para asesinar al gobierno de la mayor potencia del mundo bien podrá ser leído por los historiadores como el «parte de rendición» de la Civilización Occidental.

Al mismo tiempo, se sigue organizando un ataque en toda regla contra Azawad, nación africana (más de 800.000 kilómetros cuadrados, al norte de la República Malí) creada por grupos tuaregs y otros supuestamente «terroristas». Se trata de un acto de abierta colonización capitaneado por Francia con el apoyo de Estados Unidos, de la Unión Europea y de la propia ONU. Esto ya nos retrotrae a tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando las dos terceras partes del planeta estaban, directa o indirectamente, en manos de las potencias coloniales. Hace pocas semanas denunciamos este increíble atropello (Europa atacará África) que se anuncia como la reconquista de ese territorio supuestamente para «restituirlo» a Malí, cuando allí hay tres gobiernos paralelos y el ejército ha quedado prácticamente disuelto. ¿A quién se pretende «restituir» esa inmensa zona semidesértica? Colgar el cartel de «terrorista» sobre una persona, un grupo o un país, algo que se hace de modo absolutamente arbitrario desde el Imperio o desde sus ayudantes europeos, basta para justificar asesinatos o una invasión colonial. Si esto no puede traducirse como el fin de una Civilización, que baje Dios y lo vea, si es que no está de vacaciones (teoría que, pensando en que sus vacaciones pueden durar una eternidad, la ofrezco sin cargo alguno a los teólogos).