Nos parece como de libro añejo de historia. Pero hubo una vez que Zapatero ganó las elecciones. Dijo entonces uno de sus profetas en la tierra nuestra: en Málaga, la Aduana convertida en museo será el principal símbolo del cambio. Un cambio bastante ilusionante por cierto y por entonces. Y eso que para aquel momento la conversión del inmueble ya estaba encarrilada pese a las resistencias muchas de años anteriores del PP nacional, de los ministerios competentes para ello, y de parte del peperío local. No de todos, que hubo dirigentes, como Joaquín Ramírez, que siempre se cargaron de razón y sentido común y pidieron que La Aduana fuese museo. Lo será pronto. Pero tarda demasiado. Es un símbolo de nuestro carácter: pujanza cuando nos da por algo, segundo tramo en velocidad modo desidia. Olvido. Reactivación. De la ecuación resulta la eternización del proyecto. El Muelle Uno parece que ha estado ahí toda la vida y ha sido una vida toda la que se ha necesitado para hacer algo con el puerto. En la ignominia y su historia, Málaga aporta su granito de arena: la mejor colección de pintura del XIX en putos sótanos . Este periódico recordaba el viernes que ya vamos para quince años de espera en la conversión de La Aduana como museo. Quince años recientes, luego están otras esperas.

Las obras en La Aduana están dejando el edificio fetén y ya se culminó el traslado de la Subdelegación del Gobierno a La Caleta, un edificio con ese aire decadente, marinero, señorial pero informal a la vez que tan bien va también con nuestro carácter. No sabemos si con el de la institución que alberga. La fecha para abrir La Aduana como museo es finales de 2014. Pero el escepticismo es obligado. Málaga ahora, por mor de la crisis, está ayuna y huérfana de grandes proyectos. Bueno, está el metro, que no es poco y es ya la primera empresa de la provincia. El museo puede ser un espaldarazo, un nuevo situar en los mapas del arte a la ciudad. De un tipo de arte, sí. Con sus detractores y su canesú, pero incentivo al fin y al cabo. Como el Thyssen y el Picasso. Cada uno en su liga, cada uno en su espectro. Finales de 2014. Eso si no hay que casar la agenda de algún ministro o presidente y la cosa se retrasa. O si no se hace algún cálculo electoral para hacer coincidir la inauguración con las vísperas de una campaña dentro de los márgenes legales que hay para ello.

Ya nunca habrá, al menos en tiempos vitales nuestros, teme uno, un proyectazo tan de relumbrón y sencillo a la vez y que diera tal espaldarazo político: peatonalizar la calle Larios, cuya inauguración fue meses antes de unas municipales. La cosa con La Aduana, claro, va a ser quién capitalizará tal apertura. Queda mucho tiempo, igual demasiado. Nadie sabe dónde estaremos entonces, quedan dos años. Sí sabremos donde estará Muñoz Degrain o Moreno Carbonero: colgados en las paredes de algunas de las salas de esa Aduana. El arte es inmortal. Y resucita hasta de un sótano. O de los recovecos de un tejado a dos aguas, que para deleite de un paradojista es impermeable. Málaga se unió una vez y salió a la calle unánime para que La Aduana fuese museo. Se han matado muchas ilusiones colectivas desde entonces. Lo que ahora hay en la calle es protesta y desazón. Cargadas de razón pero particularistas. Desvertebradas manifas sin nexo ni canalizadores. Nada por amor al arte. Al menos es por causa noble: el robo de derechos. No de autor, que ya han prescrito. Casi como la paciencia con lo de La Aduana.