PP y PSOE han acumulado esta semana gestos que revelan su disposición a alcanzar acuerdos. Y aunque no se trata del pacto de Estado que los socialistas reclaman desde hace semanas -y en el que quieren incluir, además de economía, sanidad, educación, vivienda y pensiones-, el ánimo conciliador exhibido el miércoles y el jueves por líderes de ambos partidos es indicativo de un evidente cambio de estrategia. Sobre todo, por parte del presidente del Gobierno, que dio muestras de una voluntad de diálogo no vista hasta ahora en año y medio de legislatura.

El pretexto ha sido la iniciativa de Rubalcaba de llevar una posición común a la cumbre europea de finales de junio. No podía ser de otra manera, ahora que la política de la austeridad a toda costa parece estar perdiendo posiciones en los centros decisorios de la UE, y que la tripleta Rajoy-Hollande-Letta se ve con fuerza para hacer frente a Merkel y sus aliados del Norte. En este contexto, Rajoy ha creído conveniente aprovechar los reiterados llamamientos al pacto lanzados durante meses por Rubalcaba. Ahora -y no antes, cuando el jefe del Ejecutivo español se alineaba diáfanamente con las tesis del austericidio-, Rajoy cede y se abre a negociar con el PSOE, pero también con el resto de los grupos del Congreso, una postura «si no unánime, sí mayoritaria» sobre las prioridades españolas para ese importante Consejo Europeo.

El miércoles, el presidente del Gobierno se mostró dispuesto a «llegar a un entendimiento en los próximos días» con la oposición en asuntos tan cruciales como el cumplimiento del objetivo de déficit, el desempleo juvenil y el papel que deben empezar a desempeñar el Banco Europeo de Inversiones (BEI) y el Banco Central Europeo (BCE) en un eventual plan para salir de la crisis que no se circunscriba exclusivamente a los recortes del gasto público.

El primer resultado de esa inédita disposición de Rajoy al diálogo es que el inquilino de la Moncloa y Rubalcaba se reunirán en las próximas semanas para hablar de estas y otras cuestiones, lo que puede contribuir a alejar del ciudadano la idea de que los dos principales partidos siguen enzarzados en sus irritantes disputas; ese y tú más que, sumado a los recortes de uno y el descrédito de ambos, les está haciendo perder apoyos en favor de IU y UPyD.

Más allá de que Cospedal considere el plan anticrisis del PSOE «excesivamente difuso», y de que, a su juicio, lo importante no sea «el pacto per se, sino el contenido», es obvio que Rajoy ha pensado que la oferta socialista no podía ser rechazada. Al menos, en un momento en el que conviene dar una imagen de fuerza para lograr que el incipiente cambio de postura en la UE favorezca los intereses de España. Las palabras de Rubalcaba, el miércoles en el Congreso, aún deben resonar en sus oídos: «Creo que podemos alcanzar prácticamente la unanimidad de la Cámara, y usted irá apoyado [al Consejo Europeo de junio] por todos los españoles. Usted será más fuerte en Bruselas y España será, por tanto, más fuerte en Bruselas».

Ese día, no hubo noes de Rajoy, que ni siquiera rechazó la solicitud del líder socialista de celebrar un Pleno monográfico para fijar la postura común ante el cónclave europeo. Esa petición fue, simplemente, no atendida, ya que el Gobierno es partidario de que el consenso descanse en una proposición no de ley.

Y los gestos continuaron el jueves, con negociaciones entre PP, PSOE, CiU y PNV al iniciar su andadura parlamentaria la ley de Transparencia, uno de los proyectos enseña del Ejecutivo para esta legislatura, manchada por la rampante corrupción y la crisis en que ha sumido a la Monarquía el caso Urdangarin.

El PP consiguió que catalanes y vascos retiraran sus enmiendas a la totalidad tras aceptar dos de sus exigencias: que los alcaldes y altos cargos autonómicos que violen la norma no sean sancionados por Hacienda, sino por las administraciones correspondientes, y que el órgano que vele por el cumplimento de la ley no dependa del ministerio que dirige Cristóbal Montoro, sino de un Consejo de Transparencia y Buen Gobierno «con mayor independencia y especialización».

El PSOE, de su lado, reclamó de Rajoy «responsabilidad» para pactar la norma, porque el acuerdo, le espetó Rubalcaba, «es cosa de dos», y «hay que ceder» para conseguirlo.

Paralelamente, el secretario general de los socialistas mantuvo varias reuniones esta semana para ampliar el ámbito del pacto con vistas a la cumbre europea; así, con los portavoces de CiU, PNV y UPyD. Una fiebre pactista, de entrevistas y búsqueda de puntos en común, que llevó a Rajoy a recibir en la Moncloa al exmandatario socialista Felipe González, firme defensor del entendimiento con el PP. Fue la semana pasada y el mismo día en que otro expresidente, José María Aznar, se despachaba a gusto con su delfín, en una entrevista en televisión, afeándole que no haya bajado los impuestos.

No puede descartarse que la andanada de Aznar haya pesado en la decisión de éste de aceptar la oferta de diálogo de Rubalcaba. Pero no es lo mismo negociar una posición común ante una cumbre europea que llegar a acuerdos de Estado sobre sanidad, educación o pensiones; un asunto, este último, que promete ser el próximo campo de batalla entre populares y socialistas.