He vivido en la ciudad de San Luis (Argentina) una emocionante experiencia educativa. He tenido el honor, la satisfacción y la alegría de ser nombrado Padrino Pedagógico de la Escuela Pública Experimental Desconcentrada Doctor Carlos Juan Rodríguez. Una gran escuela enclavada en el barrio Cerro de la Cruz.

Venía de la ciudad de Merlo con el ministro de Educación, Marcelo Sosa, compartiendo en su coche, por él conducido, experiencias, ideas y sentimientos acerca de la tarea más emocionante, delicada y decisiva que se le ha encomendado al ser humano en toda la historia: trabajar con la mente y con el corazón de los niños y de los jóvenes. En Marlo había sido testigo de una significativa ceremonia en la que 36 nuevos directivos habían jurado su cargo en presencia del gobernador de la Provincia, Claudio Poggi. Nos habíamos detenido en una pequeña escuela rural en La Petra. Fue una visita sorpresa. La directora y única profesora, alma de aquella hermosa escuela, trabajaba con un puñado de niños y de niñas cuando el ministro en persona hizo aparición en el aula. Y fue hermoso y significativo el abrazo que se dieron ante la mirada siempre curiosa y entrañable de los niños.

Hablamos con ellos, les contamos un cuento, nos enseñaron la escuela, salieron a despedirnos€ La directora nos explicó cómo concebía su tarea en aquella escuela que era como el Arca de Noé de la comarca. Fuera de ella no hay salvación. Nos habló con entusiasmo de su lema: «Sembrando con amor en los surcos de la vida».

Hay esperanza en el mundo porque existen escuelas, porque hay buenos maestros y maestras, porque las escuelas están llenas de niños y de niñas que quieren aprender€ Lo vuelvo a decir: La historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe. Y la educación lleva muchos metros de ventaja.

En esa hermosa mañana de primavera, llegué a la escuela en la que estaba convocado, una escuela de más de dos mil alumnos y alumnas. Me esperaban las directoras con una espléndida sonrisa y los brazos abiertos de la fraternidad educativa. Y, afortunadamente, la prensa. Digo afortunadamente porque me gusta que los medios de comunicación se hagan eco de lo que sucede en las escuelas. No solo cuando hay conflictos, escándalos, huelgas y calamidades. Si un alumno persigue a un profesor con un cuchillo por los pasillos de una escuela, veremos cómo la noticia abre telediarios y ocupa primeras páginas de periódicos. Pero nunca es noticia el hecho de que millones de estudiantes aprenden cada día en las aulas.

El acto fue sencillo y emotivo. Un nutrido grupo de alumnos y alumnas, que ya ahora son mis queridos ahijados y ahijadas, participaron en la ceremonia dando muestras de comportamiento ejemplar. Atentos, respetuosos, silenciosos, ordenados, afectuosos€ Se lo hice notar a la directora, que formuló un comentario revelador:

- Son unos chicos magníficos.

Digo que el comentario fue revelador de cómo eran los chicos pero también de cómo es la directora. Me gustan los profesionales de la educación que hablan bien de los chicos, que los valoran, que los respetan, que los quieren€

El maestro de ceremonias, que manejó con sencillez y soltura los hilos del protocolo, hizo la presentación y dio la palabra a la directora de la escuela, que, de manera breve y emotiva, hizo el nombramiento que acepté encantado.

Después dirigí la palabra a los asistentes para decirles lo honrado y feliz que me sentía al ser su padrino. Les hablé de la importancia de la educación para cada uno de ellos y para toda la sociedad. A través de la historia de la niña del vestido azul, que conté hace tiempo en este mismo espacio, les hice ver cómo la educación podía transformar la vida de las personas y de los pueblos.

Nos intercambiamos regalos y nos dirigimos luego a la entrada de la escuela, donde procedimos a plantar un ciruelo en flor. El árbol es una excelente metáfora de la educación. Crece hacia arriba y hacia abajo. Da flores, da frutos, da sombra. Pero exige cuidados.

Quiero dedicar a mis ahijados y ahijadas de la escuela que hoy apadriné este texto que acabo de recibir de un periodista español al que admiro por las cosas que dice y, también, por la forma que tiene de decirlas. El periodista se llama Manuel Vicent y lleva muchos años escribiendo cada domingo en el periódico El País, de Madrid. El artículo se titula El tesoro. Va por ellos y por ellas.

«Está amaneciendo. Es la hora de los pájaros. A los colegios e institutos llegan bandadas de niños y chavales cargados con sus mochilas. Ellos no lo saben, pero todos se dirigen a la isla del tesoro. Puede que ignoren dónde está ese mar y en qué consiste la travesía y qué clase de cofre repleto de monedas de oro les espera realmente. El patio del colegio se transforma, de repente, en un ruidoso embarcadero. Desde ese muelle lleno de mochilas cada alumno abordará su aula respectiva, que, si bien no lo parece, se trata de una nave lista para zarpar cada mañana. En el aula hay una pizarra encerada donde el profesor, que es el timonel de esta aventura, trazará todos los días el mapa de esa isla de la fortuna. Ciencias, matemáticas, historia, lengua, geografía: cada asignatura tiene un rumbo distinto y cada rumbo un enigma que habrá que descifrar. La travesía va a ser larga, azarosa, llena de escollos. Muchos de estos niños y chavales tripulantes nunca avistarán las palmeras, unos por escasez de medios, otros por falta de esfuerzo o mala suerte, pero nadie les puede negar el derecho a arribar felizmente a la isla que señalaron los mapas como final de la travesía. Ese mar está infestado de piratas, que tienen su santuario en la caverna del mal Gobierno. Todas las medidas que un Gobierno adopte contra el derecho de los estudiantes a realizar sus sueños, recortes en la educación, privilegios de clase, fanatismo religioso, serán equivalentes a las acciones brutales de aquellos corsarios que asaltaban las rutas de los navegantes intrépidos, los expoliaban y luego los arrojaban al mar. De aquellos pequeños expedicionarios que embarcaron hacia la isla del tesoro solo los más afortunados llegarán a buen término. Algunos soñarán con cambiar el mundo, otros se conformarán con llevar una vida a ras de la existencia. Cuando recién desembarcados pregunten dónde se halla el cofre del tesoro, el timonel les dirá: estaba ya en la mochila que cargabais al llegar por primera vez al colegio. El tesoro es todo lo que habéis aprendido, los libros que habéis leído, la cultura que hayáis adquirido. Ese tesoro, que lleváis con vosotros, no será detectado por ningún escáner, cruzará libremente todas las aduanas y fronteras, y tampoco ningún pirata os lo podrá nunca arrebatar».

Ejerceré con responsabilidad y alegría mis tareas de padrino: conocer, alentar, enseñar, aprender, felicitar y querer. Bueno y, como es lógico, la hermosa tarea de hacer algunos regalos.