Me van a perdonar, pero a mí me suena a eso. A movida, a jaleo, a bronca... a berenjenal, vaya. Innovemos con el lenguaje, que ya permite grandes barbaridades, y acuñemos expresiones del tipo: «No veas el gamonal que se formó el otro día en la Constitución, vieoh» o «la que me lió mi parienta en casa el otro día, ¡menudo gamonal!». La revuelta de un barrio humilde y obrero (dicen, yo no sé ustedes pero yo no he parado mucho por allí) de Burgos abre desde hace días los informativos a nivel nacional y ha llegado hasta las calles de Madrid en protestas, manifestaciones y los consiguientes enfrentamientos con las fuerzas del orden público.

Dios sabe qué había detrás de este proyecto de bulevar de ocho millones de euros, paralizado ayer por el alcalde de Burgos, con su carril bici, con su aparcamiento subterráneo con plazas para residentes, insuficientes según unos vecinos cómodos con su sistema gratuito de doble fila y necesitados de otras actuaciones municipales en otras materias antes que en el levantamiento de esta arteria del barrio y de la especie de obligación impuesta desde la alcaldía de buscar refugio para sus vehículos en un descampado a casi un kilómetro de distancia de su barrio.

Este estallido ciudadano, harto tras dos años de protestas pacíficas en contra de un proyecto que estaba incluido en el programa electoral del PP burgalés, es un ejemplo más de los fracasos políticos que asuelan a nuestro país, más preocupado de saber cómo llegará la infanta Cristina al juzgado que de conocer si de verdad metió mano en los tejemanejes de su amante esposo.

«¡Gamonal, no quiere el bulevar!» ha sido el grito de moda de estos días. Ayer mismo se oyó un poquito en Málaga, como se ha elevado al cielo de otras ciudades españoles durante la semana y, que quieren que les diga, a mí me da exactamente igual que se haga o no el dichoso bulevar lo que no quiero es acabar saliendo yo también a la calle para sujetar una pancarta y cantar a coro con el personal que España, vaya plan, está hecha un Gamonal.