Propone el señor presidente de la Comunidad de Madrid que los graduados y graduadas en cualquier tipo de titulación puedan acceder a la condición de maestros y maestras de Infantil y Primaria, una vez superadas las correspondientes oposiciones. Lo cual supone afirmar que los estudios de Grado de maestro son una completa inutilidad, por no decir una suprema estupidez. Yo pediría para el prócer que ha planteado esta brillante idea (y para sus secuaces) que sus hijos, en el caso infortunado de padecer una grave enfermedad, sean operados por un graduado de cualquier titulación. Por ejemplo, por uno de Geografía e Historia o de Bellas Artes o de Filosofía y Letras o de Matemáticas€ El paciente entraría en el quirófano, el flamante profesional se enfundaría una bata blanca y el ayudante pondría en sus manos un buen bisturí. Y a trabajar. ¿Qué tal?

Protestarían. Gritarían de horror. No aceptarían la propuesta. Al terminar la operación tendríamos, con toda seguridad, un cadáver sobre la mesa de operaciones. Pero los cadáveres que salen de las aulas no tienen importancia. Personas con el deseo de aprender aplastado, con el autoconcepto destruido, con la solidaridad desaparecida, con la competitividad exacerbada€ Lo que pasa es que los cadáveres psicológicos se distinguen de los físicos por cuatro características: no huelen, se mueven, hablan y hasta se ríen. Y las resurrecciones en este campo son tan difíciles como en el otro.

Piensan quienes defienden esta tesis que la profesión docente es inespecífica, es decir que no requiere de saberes especializados, de habilidades concretas, de actitudes peculiares. Para ellos y ellas, es lo mismo una planta que un niño, un producto químico que un alumno con síndrome de Down, un ladrillo que una niña con síndrome de Asperger. No saben que, en cualquier actividad el mejor profesional es el que mejor manipula los materiales, en la educación es el que más y mejor los libera.

Creen que lo que hace un maestro o una maestra lo puede hacer cualquiera. La señora Esperanza Aguirre, haciendo gala de una ignorancia supina y de una mala baba considerable, dice en un artículo titulado «Educar», publicado en ABC el pasado lunes, día 28 de abril, que «antes de empezar a enseñar algo hay que haberlo aprendido. La primera regla pedagógica para enseñar algo es conocer lo que se quiere enseñar. Esto que parece tan obvio, no lo aceptan los dogmáticos pedagogos que inspiraron la nefasta Logse». Esta señora, que probablemente no ha leído mucho y no ha investigado nada sobre estas cuestiones, se permite alegremente tachar de dogmáticos a los pedagogos que inspiraron la Logse, de calificar esta ley de nefasta, y de hablar de las reglas pedagógicas, como si fuera una experta consumada. Y se suma a la propuesta del presidente de la Comunidad de Madrid.

Tiene que aprender muchas cosas la señora Aguirre, además de humildad. Tiene que estudiar un poquito más para hablar con un mínimo de fundamento. Entre todas esas cosas que no ha estudiado, está la asignatura de Educación para la ciudadanía. De haberla cursado (y aprobado) sus comportamientos y convicciones serían otros.

Claro que hace falta conocer lo que se va enseñar. Como ella dice, es obvio. (Por cierto todo su artículo consiste en repetir esa idea hasta la saciedad, solo esa idea). Ningún pedagogo ha dicho que haga falta dominar al dedillo aquellos conocimientos que se desee enseñar. Ninguno. Acaso no sea tan obvio para ella decir que si el conocimiento que se adquiere sirviera para explotar, engañar y dominar mejor al prójimo, más nos valdría no tenerlo. Por eso hace falta algo más, mucho más que tener esos conocimientos. Hace falta saber trabajar otras parcelas, como las actitudes, las emociones, los valores. Hace falta saber enseñar y, lo que es más difícil, despertar el amor al conocimiento. ¿Qué sabe de todo eso un Graduado en Informática?

Además de tener conocimientos disciplinares y didácticos, hace falta saber quién es el que aprende. Cuál es su ritmo y su estilo de aprendizaje. Hace falta saber si está en condiciones de aprender. Porque, como he dicho muchas veces, para enseñar latín a John, más importante que conocer latín es conocer a John. Hacen falta, pues, conocimientos de psicología para poder enseñar.

No comprenden quienes atacan la pedagogía que la enseñanza es un actividad extraordinariamente compleja. Una actividad que no se puede desempeñar adecuadamente si no se conoce el mundo en que se vive. Saber que estamos inmersos en la era digital es absolutamente necesario. La enseñanza se produce en un contexto social que es preciso conocer. Porque sin conocer el contexto no se puede entender el texto. La enseñanza no tiene lugar en la estratosfera o en una campana de cristal sino en el mundo en que habitamos. Se enseña en el mundo y para mejorar el mundo.

No saben que la enseñanza se produce en una institución escolar que tiene disputa ideológica, presión social, prescripciones externas, red compleja de relaciones, componentes nomotéticos e idiográficos€ El profesional tiene que saber cómo es la institución en la que se enseña y se aprende. Esa institución, por otra parte, tiene un poderoso currículum oculto que es necesario descifrar.

Mantener esas posiciones es un desprecio al trabajo que realizan los profesionales de la enseñanza. Una devaluación de la complejidad de la tarea y de la dignidad de quienes la desempeñan. Refleja una ignorancia y una osadía sin límites. Ninguna investigación que yo conozca demuestra que no es necesaria una formación específica de los profesores para realizar la tarea

Es un retroceso histórico. Ahora que en todos los países se clama por una mayor especialización, estos señores y señoras abogan por eliminarla, por una preparación genérica, alejada de las exigencias cada día más complejas que requiere la docencia.

No es verdad que el maestro nace y no se hace. No es verdad. El maestro necesita una formación específica. Para saber despertar el amor al conocimiento, la pasión por saber, el deseo de descubrir el mundo, la curiosidad por el pensamiento, el asombro ante lo desconocido. Se necesita, además, saber cómo adaptar el proceso de enseñanza a cada uno de los alumnos y alumnas que integran un grupo. Porque cada uno aprende con un estilo y a un ritmo diferente.

La enseñanza no causa automáticamente el aprendizaje. Ahí está un mito y un error de consecuencias irreparables. No es inequívoco saber si el aprendizaje se ha producido y por qué causas no se ha producido. Las competencias profesionales del maestro tienen, a mi juicio, tres ejes fundamentales: unas están relacionadas con el saber, otras con el saber hacer y otras con el saber ser. Ninguna de ellas es congénita. Es decir, que quien desea ser un buen profesional tiene que adquirirlas con esfuerzo y perseverancia. Algunas se adquieren a través del estudio, otras a través de la práctica y otras a través de la simbiosis de teoría y práctica.

Sé que algunos profesionales que han adquirido la formación pedagógica exigida acaban siendo, en la práctica, un desastre. Pero no será nunca a causa de esa formación sino por no haberla tenido en cuenta.