Muerto el perro...

El resultado de cierta negligencia institucional ha traído a este país el ébola, un virus letal en un 90% de los casos, que acaba de surgir de la noche a la mañana bajo el paraguas de una nefasta política sanitaria. Con ella se ha puesto en entredicho nuestro propio instinto de conservación y eso despierta enormemente mi curiosidad. Hay muchas enfermedades, todas ellas altamente rentables. Por ejemplo, la gripe, cuya cifra de contagios aumenta cada año con la vacuna, en vez de reducirse. Cuanto más nos medicamos más enfermamos.

Y de eso se trata, el negocio. La vacuna contra el ébola nos costará una fortuna pero todos querremos vacunarnos. La amenaza de la muerte es muy rentable cuando de la medicina o la religión se trata. Creo por ello que el mayor peligro tal vez no sea la enfermedad en si, sino más bien la codicia humana. La salud se seguirá vendiendo por kilos.

Siendo mal pensados, mis dudas surgen en torno al origen de la propia enfermedad, que como muchas otras aparece en un continente objeto de experimentos epidemiológicos en un espacio en el que científicos o laboratorios han hecho con frecuencia pruebas sobre su población. Cuando el mal llega a Europa y EEUU en nuestra mente se forja la idea del peligro. La Organización Mundial de la Salud ha salido al paso diciendo que la vacuna contra el ébola estará disponible a principios del 2015. Y esto nos tranquiliza.

En un nivel personal, mientras en Madrid se reune el consultorio de sabios por eso del protocolo, pienso en Teresa Romero quién además de sufrir la devastación de la enfermedad, debe enfrentar el estigma de la culpa. La culpa la tiene Excalibur; por eso fue ejecutado.

Luis Enrique Veiga Rodríguez. Málaga