Andan los analistas estos días explicando los pros y los contras de lo que ocurre con los precios del petróleo. Y su espectacular bajada parece ser un arma de doble filo: lo que parece una bendición para unos puede convertirse en fuente de problemas para otros.

Sobre todo, para países como la Rusia de Putin, la Venezuela de Maduro y el Irán de los ayatolas, países en extremo dependientes de las exportaciones de hidrocarburos y en los que pueden producirse situaciones de inestabilidad que preocupan a algunos en Occidente.

El estadounidense Dennis Snower, que preside el Instituto de Investigaciones Económicas de Kiel, en Alemania, considera que el problema se agrava para esos países por su elevado endeudamiento en dólares, divisa que además se ha apreciado sensiblemente en relación con sus respectivas monedas nacionales.

Según ese experto, Venezuela está aún en peor situación que Rusia al depender aún más de ese tipo de exportaciones y necesitar un precio de en torno a 120 dólares el barril si quiere equilibrar su presupuesto.

Pero en una economía tan globalizada como la actual, los problemas de unos países no se dejan aislar fácilmente sino que terminarán afectando al conjunto al resentirse el comercio mundial. Los países emergentes además comercian sobre todo unos con otros y el peligro de contagio es real, de acuerdo con Snower.

Lo que algunos llaman ya el nuevo paradigma del petróleo, caracterizado por unos precios anormalmente bajos, se debe tanto a la caída general de la demanda por la crisis, la mayor eficiencia tecnológica y el recurso creciente a energías más limpias como al incremento de la oferta sobre todo en Norteamérica gracias a la controvertida técnica del «fracking» o fracturación hidráulica.

La extracción de los recursos del subsuelo mediante la inyección en el sustrato rocoso de una mezcla de agua , arena y substancias químicas- polémica por su impacto medioambiental: contaminación de acuíferos y otros efectos - ha hecho que los países del cártel de la OPEP, en especial los del Golfo, no puedan ya influir tanto como antes en el precio de los hidrocarburos.

Pero a su vez, el abaratamiento del barril debido a esa nueva sobreoferta y a la decisión paralela de los saudíes de no recortar su producción para apoyar los precios está haciendo que sea cada vez menos rentable la explotación mediante el «fracking», pues para la rentabilidad de esa nueva técnica en Estados Unidos o Canadá se necesita un precio que no sea inferior a los setenta dólares, lo que está obligando a cerrar ya algunas de las nuevas explotaciones de ese tipo.

La bajada de los precios es un inesperado maná para las aerolíneas y los transportes tanto públicos como privados así como para muchos sectores de la industria - desde la siderurgia hasta la farmacéutica- que logran así abaratar sus costos de producción, pero puede estimular también el consumo en general con el dinero que se ahorren los ciudadanos en gasolina o en gas o fuel para la calefacción.

Los efectos negativos serán seguramente para el medio ambiente ya que disminuirán los incentivos para reducir la generación de CO2 mediante un mayor recurso a los transportes públicos y un uso más responsable de la energía.

La industria del motor calcula que, al bajar los precios de la gasolina, los consumidores no tendrán el mismo aliciente para invertir en los nuevos automóviles con motor eléctrico o híbridos y sobre todo en Estados Unidos se seguirán comprando vehículos derrochadores de combustible con la consiguiente aceleración del cambio climático.

Todo lo cual da mayor urgencia a la necesidad de que los gobiernos del mundo lleguen a acuerdos vinculantes para limitar los llamados gases de efecto invernadero y de que los europeos reformen un mecanismo que se ha demostrado tan ineficaz como el comercio de permisos para contaminar.

El futuro del planeta es demasiado importante como para fiarlo como todo al mercado.