Que ese inglés de Churriana llamado Gerald Brenan quien definió la noche de San Juan como «un período estacionario, en el que todas las cosas sobre la tierra suspenden su aliento y de lo alto descienden las bendiciones». En Málaga son las playas el escenario principal en el que se celebra esa unión entre el sol y la luna que verifica la renovación de la naturaleza. Junto a la orilla, las sombras amparan los primeros baños nocturnos de la temporada, pero también excesos de todo tipo que quedan desdibujados por los destellos cambiantes de las hogueras en las que se consumen los júas. La aurora desmitifica más tarde los ritos paganos oficiados en las horas anteriores, cuyos despojos quedan miserablemente expuestos en la forma de botellas, latas y bolsas de plástico. El triste paisaje después de la batalla no excluye seres humanos en estado de postración, los cuales habrán de ser retirados antes de que el ejército de limpia-playas entre en acción para restituir la pulcritud de la arena.

Cerca de allí, y coincidiendo asimismo con el solsticio de verano, se celebra otro ritual de signo bien distinto: en los Astilleros Nereo se alza el tajamar del bergantín Galveztown, hito en el proceso constructivo de la réplica de la nave en la que el malagueño Bernardo de Gálvez resultó vencedor frente a los británicos en Pensacola, allá por 1781. Interpretemos también este acto como una ofrenda a esta ciudad surrealista que es capaz de albergar una actividad incluida en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz y, al mismo tiempo, promover su desaparición mediante un proceso de expropiación que afecta a las instalaciones en las que se desarrolla. El verano de 2015 es testigo de la colocación de la roda del Galveztown; ojalá que el de 2016 lo sea de la terminación de su armazón.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto