La lectura europea correcta del referéndum griego sería que la UE no puede seguir así, o sea, como una Unión sólo a medias, sin un cúpula regida por el principio de soberanía popular -dotada de un poder legitimado en las urnas por todos los ciudadanos de Europa- sino por el de soberanías dispersas sometidas al albur de los elementos nacionales dispersantes de izquierda y derecha. Sin embargo esa lectura radical (que va a la raíz) ni se ha hecho ni tiene traza de hacerse. Bajo un criterio de simetría, nada impediría que ahora Angela Merkel convocara un referéndum para que los alemanes decidan si siguen pagando los platos rotos en Grecia. El salto adelante que la situación pide es superar los nacionalismos nacionales y empezar a construir un nuevo proyecto europeo más avanzado, que deje atrás aquellos de una vez. Pero en la escena política no se ven actores con carácter para encabezarlo.