Pablo Iglesias tiene un problema. El magmático Podemos suma ideologías afines pero no idénticas. La diversidad se muestra más fuerte que los intentos de cohesión monolítica , capitaneada por el mando único que trata de conformar su propósito con unas primarias y unas listas electorales internamente contestadas. Las familias del Ahora Madrid de Manuela Carmena y del Barcelona en común de Ada Colau, suelen cuidar la mención de su independencia. La marca contracta que se presenta con el nombre Ahora en común explicita su autonomía al margen de Iglesias, que no ha tenido éxito en la integración de personalidades desgajadas de sus partidos de procedencia. Además, los líderes territoriales de Podemos han ido a las urnas autonómicas y locales con distintas denominaciones, lo que parece gustar a sus bases como seña de identidad.

En consecuencia, no está naciendo un partido unitario ni parece posible personalizar en un solo liderazgo la totalidad de los proyectos situados a la izquierda del PSOE. Esa izquierda es más propensa a la partenogénesis que a la exclusividad unicelular, casi siempre en aras de fulanismos o caudillismos centrífugos. De la dirigencia original de los indignados se apartó primero Echenique, Monedero fue apartado y Errejón durará tanto como dure su aceptación del unumvirum Iglesias. Hay otras personas valiosas en el entorno de éste, que conocemos sobre todo por intervenciones en debates televisivos, convincentes unas y otras decepcionantes por sus ambigüedades y el estricto silencio en todo aquello en que no quieren -o no pueden- pronunciarse. El resto es masa, no muy uniforme por lo que parece.

Es valioso el estado de alerta que han motivado en las fuerzas clásicas, con resultados inmediatos en la recuperación de la escala de valores democráticos que priorizan las necesidades sociales, el imperativo de transparencia y la condena de la corrupción. Pero estos valores son de obligado cumplimiento en una sociedad sana y plural, no de izquierda ni de derecha, como tampoco lo es la ciudadanía. Las preponderancias de uno u otro signo son alternativas, y aún en netas coyunturas de cambio obtienen mejores resultados unidos que dispersos. El indiscutido liderazgo de Rivera en Ciudadanos no lo tiene Iglesias en su esfera «fraccional», como decían los viejos comunistas. Si cada tendencia quiere buscar su propio camino, pronto veremos las bifurcaciones laberínticas que hacen perder el norte del poder. En definitiva, nada nuevo en la izquierda española.