En una pizzería del Trastévere romano un gran letrero anuncia: «Bacalao llegado cada día por vía telefónica». Es una broma, claro. En cambio, no sería ninguna broma la frase «alcánzame el teléfono para leer el periódico». Hace como quien dice cuatro días, la última novedad eran las investigaciones sobre el «papel electrónico». Se trataba de conseguir un conjunto de pantalla y ordenador de formato amplio pero extremadamente delgado y flexible, es decir, con la apariencia de una hoja de papel, en el que se cargarían y visualizarían textos e imágenes como en un periódico. Las gentes cargarían la edición del día antes de salir de casa, o en algún tipo de quiosco, y la llevarían plegada en el bolsillo para desplegarla y leerla en el metro o durante la pausa del desayuno. Se trataba de superar el principal obstáculo de las ediciones digitales que empezaban a sacar los diarios: su limitación al ordenador de sobremesa. Entonces no se hablaba de tabletas. No era de recibo que las nuevas tecnologías fueran por detrás de las antiguas, detrás de Gutenberg, en portabilidad.

Antes de que esas investigaciones generaran productos comerciales, aparecieron los dispositivos portátiles: el lector de libros electrónicos, la tableta, y finalmente el teléfono inteligente o smartphone, que se impuso como el punto de convergencia tecnológica del que tanto se había discutido. Teléfono, ordenador en red y televisión, todo en uno y en el bolsillo. Algo capaz de revolucionar los usos y costumbres sociales en sus múltiples vertientes: trabajo, ocio, información, enseñanza, relaciones€ incluso la etiqueta social se ha visto afectada. ¿Es de mala educación andar respondiendo mensajes o actualizando el perfil cuando se está de charla con los amigos? El nuevo móvil ha realizado el milagro de la ubicuidad antes reservada a los elegidos de Dios, como San Martín de Porras. Uno puede estar de cuerpo presente con la cuadrilla en el bar, y en animada cháchara digital con otras tres peñas dispersas por el orbe.

El cambio afecta de lleno al negocio de las noticias. Primera premisa: el móvil gana terreno aceleradamente como medio de acceso a Internet en general y a las redes en particular. Segunda premisa: internet en general y las redes en particular ganan terreno como medio de acceso a las noticias. Conclusión: el móvil gana terreno como medio de acceso a la información de actualidad, a lo que pasa, a las noticias, ese producto tan caro de producir por el que se esfuerzan las redacciones de los periódicos, hoy por hoy las más dotadas en número de profesionales.

El New York Times quiso subrayar la importancia del móvil con un experimento: durante una semana bloqueó el acceso a su propia web desde los ordenadores de la sede central. Cuando un periodista intentaba entrar aparecía en la pantalla un texto sugiriendo que probara con el móvil. Hace cuatro días que se generalizó -y no en todas partes- la consigna «¡primero en la web!», y ya se sustituye por «¡primero en la app!».

A quienes nos alfabetizamos leyendo grandes páginas de periódico que olían a tinta y permitían varios niveles de aproximación -una primera con imagen de conjunto que jerarquiza los temas; una segunda a los titulares; una tercera a los sumarios, destacados y pies de foto, y por fin la lectura de las noticias seleccionadas durante el proceso de aproximación-, la web ya nos pareció una reducción estética y un estrechamiento de la panorámica. Ahora deberemos acostumbrarnos al móvil, que no compone páginas porque no tiene, sino que desliza las noticias una tras otra, todas con parecido aspecto. Nos invade un sentimiento de pérdida, pero eso es lo que hay. Al fabricante de noticias le debe importar lo que consume su público, y si el público consume móvil, pues a por ello. Cabe suponer que mientras queden unos cuantos lectores del viejo papel, este no desaparezca todavía. Multiplataforma se llama la figura.