Para ser agosto no nos podemos quejar de ausencia de noticias. Cierto es que todas ellas son malas, lúgubres, penosas, pero miren, tenemos fe en los seres humanos y estamos seguros de que, en cuanto cese la ventolera ferial, todos volveremos a ser muy buenos y hacendosos. Ser un poco mala tampoco es tan terrible. Gracias.

Los que nos tomamos la vida con humor a veces también lloramos. Un ejemplo: me paso la tarde del martes probándome la ropa de verano que cuelga del armario de las ocasiones. Un desastre. No he engordado. No he adelgazado. Algo me pasa para que todo me siente fatal. Algo que no puedo o no deseo confirmar: ¿Será porque el mes pasado cumplí setenta y cinco años? Si lo que me sentaba bien hace diez años, hoy parece ridículo, aunque pese lo mismo, para mí tiene un culpable: la ropa. Y no es porque la haya colgado mal, sino porque mis gustos han cambiado. Solución: pasar un día entero en mis grandes almacenes preferidos atracando a nuestra cuenta corriente. No piensen mal de mí, yo lo hago con todo el cariño del mundo. Y, además, le compro dos o tres camisas a mi marido para que sepa que he comprado pensando en él. Yo soy así, sencillamente maravillosa.

Hablemos de cosas más serias: continuo escribiendo «mi novela», esa que debería haber terminado hace un año y que, les aseguro, en un mes -con la salud por delante- les anunciaré su finalización.

Las cosas nunca salen del todo bien pero, si no lo intentamos, nunca las disfrutaremos. Así que, ustedes que son buenos, pidan a las musas que estén conmigo y que me hagan estar sana y fuerte, el resto lo haré yo. Gracias.