En el círculo máximo considerado en el espacio malagueño, perpendicular al eje de los festejos de agosto; en el ecuador de la Feria, las emociones se sortean sacando cada uno su bola de la jaula esférica de este evento. Los visitantes hallan lo anunciado: juerga, baile, calor, alcohol, música altisonante, farra, más alcohol, echando de menos quizás una vaquilla en la Plaza de la Constitución; los vecinos, más de lo mismo en un Centro agotado por la estructura de unos fastos reiterada cada año tal como una noria portuaria incontrolada. Las opiniones divididas; la controversia servida y lo que debiera ser un acontecimiento único -como lo es- de reencuentro con tradición, cultura y folclore deriva en un aquelarre impropio de esta urbe, de la cual se habla a nivel nacional como generadora del invento más singular: cómo meter unas bragas en una botella.

Que la Feria del Centro transcienda lindes por unos comentarios de la concejala de Fiestas, la cual manifiesta lo visto por todos, me parece fútil. Esta conmemoración debe pasar por la convergencia con el ritual -guste o no- de la conquista de Isabel y Fernando de la ciudad de Málaga a los musulmanes, en el marco de la expugnación del reino nazarí de Granada. Después de uno de los más largos asedios de la Reconquista - desde el 5 de mayo al 18 de agosto de 1487 - puede decirse, como plantea el ensayista e historiador inglés Thomas Carlyle, «que el grito de la historia nace con nosotros y es uno de nuestros dones más importantes». Eso debemos de festejar, la memoria.

Otra historia es el fin de las obras de transformación del entorno de la Catedral, previsto para los últimos días de mayo, el cual durará más que el sitio de los Reyes Católicos; los trabajos concluirán a finales de octubre, un año y 17 días después del inicio de la actividad. «¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?» Groucho Marx.