Si en el período estival las aguas españolas de Gibraltar originan contrariedades diplomáticas con el Reino Unido, en la semana de fiestas recién agotada, después de observar toda clase de escenas surrealistas, de nuevo, el adagio tantas veces repetido consuma su pretexto: cuando la realidad supera (y altera) a la ficción. Un visitante inglés, el pasado sábado, conquistó los brazos de Morfeo, bajo la alteración del etanol, en uno de los arcos del Puente de los Alemanes. Parece ser que la conquista de las alturas pasan por su tiempo más álgido: terrazas, Noria y la pasarela dedicada a la fragata Gneisenau son claros ejemplos de lo en boga de las miradas desde las alturas.

Desde estas cúspides se observa una Málaga en estado de demora. Por un lado, las indignantes listas de espera en los hospitales de la capital, alguna de las cuales se resuelven por medio de reclamaciones desesperadas; por otro, la historia interminable de la regeneración de los Baños del Carmen, crónica endémica la cual las administraciones públicas implicadas no sienten ni se sientan para hallar una solución certera demandada por los malagueños durante décadas.

A esta larga lista de dilaciones se suman dos monumentos representativos de la urbe muy dañados: el grupo escultórico de Mariano Benlliure del Marqués de Larios, quien preside la Alameda Principal. No sé lo que debe estar pensando don Manuel Domingo Larios y Larios pero desde su última rehabilitación allá por el siglo pasado, 1951, el segundo marqués de Larios no encuentra consuelo pulcro; y la estatua del poeta perchelero Arturo Reyes, quien nos invita a adentrarnos en el Parque con una mirada un tanto afligida. Frente a tanta espera, evoco al escritor Julio Cortázar y leo: «Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma». Ojalá que tanta parsimonia no siga ajando la ciudad.