El juicio del caso Fergocon es ya parte de la historia más negra de Marbella. En los tres primeros días de plenario, hemos visto cómo José María del Nido, abogado sevillano que asesoró al Consistorio en el proceso de fiscalización de las arcas municipales por el Tribunal de Cuentas, pedía perdón, reconocía haber delinquido y prometía devolver hasta el último euro saqueado inflando facturas de obras que nunca se hicieron o que se hicieron a medias. Al día siguiente, le tocó el turno al exregidor marbellí Julián Muñoz, un hombre aquejado de una evidente mala salud que lo ha debilitado hasta dejarlo en una lamentable situación, también pidió perdón, entonó el mea culpa y ofreció la parte que le correspondiera de su pensión para paliar, en una mínima parte, el enorme destrozo hecho en la Perla del Mediterráneo, una ciudad que debe cuidarse en el futuro de los titiriteros y mercachifles de la política que ya la secuestraron durante quince años, una urbe en la que los cantos de sirena de la corrupción son constantes, pese a que el pueblo empieza a dejar atrás aquellos vientos para abrirse a la modernidad turística y económica con su enorme abanico de posibilidades. También hemos visto en el juicio a un hermano de José María del Nido llorando, al otro reconociendo que le dio sobres a Muñoz, y hemos comprobado que la pena de banquillo prolongada genera mucha ansiedad en uno de los técnicos encausados. Pedir perdón siempre fue una cualidad de los cristianos, pero no sé si la clemencia solicitada por los protagonistas del saqueo a manos llenas del Consistorio nace de sus ansias de redención o, simplemente, buscan acariciar el indulto, en el caso del expresidente del Sevilla Fútbol Club, y el alivio de la situación carcelaria en el caso del hombre que firmaba convenios «en los capós de los coches y las barras de hielo», como él mismo ha dicho, siempre al dictado de lo que ordenase Jesús Gil, que lleva once años bajo tierra sin que en vida le tosiera nadie. Estos días una amiga me comentaba cómo, cuando trabajaba como camarera, Julián Muñoz la trató con displicencia y hasta groseramente, y otro me ha explicado la soberbia del alcalde que se veía, en 2002 y 2003, viviendo su momento de gloria a lo Andy Warhol redivivo, en la cresta de la ola, dirigiéndose hacia la excelsa playa de las comisiones en bolsas de basura y las licencias ilegales. Hoy, aquellos ídolos con pies de barro yacen en el suelo de una justicia lenta pero segura que ha acabado poniendo en negro sobre blanco lo que ya sabíamos todos y sólo unos pocos se negaron a ver. El perdón llega 15 años después, pero Marbella, orgullosa, necesita algo más que eso.