Después de dar un repaso a la prensa escrita de nuestro país tengo que reconocer que el personal que ocupa la piel de toro que le corresponde está, cada día que pasa, peor de los nervios. Lo malo es que ya no podemos poner la excusa de que «se ha comido poco y mal», ya no. Hoy comemos casi bien. Nuestra juventud estudia lo que quiere, calza deportivas de marca, viste con vaqueros, come lo que quiere -lo cual no quieren decir que estén adecuadamente alimentados-. Si un mal día nos ataca alguna penuria económica, tenemos centros benéficos y personas buenas como el Padre Ángel, que ponen un buen remedio para acabar con sus escaseces. Por otra parte no hay mal que no tenga justificación. Sí porque, si miramos nuestro entorno, deberíamos desfilar con pancartas que arreglen los hoyos de nuestras aceras para que la población pasada de años, como yo, no nos damos con demasiada frecuencia unos batacazos horribles. Y, amables lectores, reconozcan conmigo que hay otros métodos más elegantes de reducir los gastos de la Seguridad Social. No me digan exagerada.

Bueno un poco sí, pero cuando el otro día cumplí tres cuartas partes de mi primer siglo, empecé a pensar que después de haber trabajado tanto, de haber contribuido con tres hermosos hijos a hacer grande ese país, estoy en mi derecho de poder pasear por unas aceras seguras, sin peligro de entregar el D. N. I. para siempre. Parece que están en contra nuestra, hasta la naturaleza quiere cobrar peaje, y si no, díganme por qué ese baile de la otra noche. ¡Cuando yo me quejo! ¡Señor, Señor, no hagas que te tenga que dar la lista de nombres para que castigues a tanto chorizo como hay! No les deseo nada malo, pero si cuando estuvieran soñando te metieras en sus sueños y les dijeras ¡chorizo!, respiraría mucho más satisfecha. Gracias, Señor.