La sentencia de Malaya se ha ejecutado. Casi diez años después de los primeros arrestos en una calurosa mañana de marzo de 2006, 22 de los 27 condenados a más de dos años de prisión, incluido Juan Antonio Roca, están ya entre rejas. Quedan cinco por entrar, de los cuales uno se ha fugado, y a los otros dieciocho, que en principio no tendrían por qué acabar en un presidio, se les ha requerido ya el pago de las multas y responsabilidades civiles. La democracia ha demostrado su fortaleza para desarticular una trama de corrupción y poner a sus responsables en el banquillo, frente al tribunal de la historia. Estos días, cuando se ejecutaba este magno fallo judicial, se ha conocido una trama similar que ha echado raíces en el PP valenciano, envenenándolo hasta el tuétano y golpeando, de paso, en la línea de flotación de Mariano Rajoy justo cuando negociaba, desde su habitual inmovilismo, un gobierno para el país. Los casos de corrupción han azotado por igual a los dos grandes partidos desde hace unos años: si unos hablan de los ERE, otros pueden hacerlo de Gürtel. Nadie está libre de pecado y ninguno de ellos puede presumir de que en sus filas no hubiera algún sinvergüenza, que los hay en todos lados, incluso en los partidos de nuevo cuño que ahora vienen repletitos de salvapatrias (al tiempo). Sin embargo, ahora sí, una vez que parece que España pasa una página de su historia, cuando el país se enfrenta a la eterna dicotomía reforma o muerte, sería más necesario que nunca un acuerdo de Estado para acabar con la corrupción potenciando, con una inversión sostenida, al Poder Judicial, ya que los jueces han demostrado aquí que, salvo deshonrosas excepciones, son la pata más sana de ese Estado que ahora todo el mundo se empeña en atacar, sobre todo desde los nacionalismos periféricos xenófobos y desde las alturas equidistantes de la tecnocrática Unión Europea (atacar la democracia y la soberanía de un estado miembro es insinuar cómo debe ser el Gobierno). Pero, ¿han escuchado alguno de ustedes a los viejos y a los nuevos hablar de pacto? Yo no. O, si lo han hecho, yo no he prestado atención. Hace poco más de un mes de las elecciones y ya me parece que lo que hay es más de lo que había. Otra vez. Aquí no hay tiempo ni espacio ya para equidistancias ni más numeritos de circo. Ni para trileros de la política, ni siquiera para aquellos que quieren ser presidentes a cualquier coste. Ha llegado la hora de la gente. De devolverle al que sufre al mangante el protagonismo, de empoderar -qué palabreja, Dios- a la sociedad civil y hacerla partícipe del cambio. Sin revolución. Con reforma. Sin corrupción.