Me había propuesto no escribir nada sobre el 23-F este 23-F, pero a la vista está que no hay manera. Los sucesos que uno ha vivido son como fantasmas, y estos piden que se les saque a la calle a su hora, como un perrito a la del paseo. Pero ese fantasma en concreto era en si mismo un fantasma cuando tuvieron lugar los hechos, y esa sería la razón última de que, habiendo estado a punto de tomar cuerpo, al final no llegara a hacerlo, ni a hacer sangre. Aquel era un remedo tardío y espectral del guerracivilismo que había en el fondo de armario de España, y no tenía ya nada que ver con el cuerpo social, económico y cultural de la nación. Al final fue el perfecto anacronismo del intento, tan patente en su propia dramaturgia e iconografía, el que lo hizo fracasar. La condición de posibilidad de un relato es su verosimilitud, es decir, que sea creíble, pues un texto sólo cobra vida en un contexto.