Tener un proyecto en ciernes, al menos uno, es una manera de vivir. Y de sobrevivir. En estos tiempos no es necesario encaramarse en oteros altos para atalayar cómo buena parte de los humanos viajamos a rebufo de proyectos que tienen mucho más de ensoñación y anhelo, que de objetivo medido y fijado sobre el que actuar proactivamente. A más fe inyectada en vena, más posibilidades de entender el futuro como algo que ocurrirá para nuestro bien -sí o sí-, aunque nosotros no intervengamos. Basta con que estemos atentos y nuestro futuro, más temprano que tarde llegará, puede que hasta vestido de rojo, en un carro volador tirado por renos a los que guía un reno-guía con la nariz arrebolada. Quién sabe...

Buena parte de la carrera de la vida transcurre por la espectacular autopista de los sueños, de la fe y de la esperanza. Y el sueño y la esperanza y la fe son parte inseparable del secreto de la poción mágica que hizo invencibles a los galos de Asterix le Golois y vencibles a los romanos del césar Julio. Y ocurre que, a veces, el sueño anhelado llega mientras nuestra vida transita aún por la autopista espectacular por la que transitan los sueños, pero otras veces, mientras dura el viaje, la espectacular autopista se va estrechando y estrechando y estrechando hasta tornarse carretera y camino comarcal y travesía y sendero y vereda ultramontana... antes de que los sueños se hagan realidad. Y ocurre que, algunas decenas de miles de lunes más tarde, descubrimos que aquellos anhelos y sueños que viajaban por la autopista, ahora no caben en las escarpas ni en las trochas ni en los vericuetos ni en los andurriales por los que deambulamos. Y nos despertamos angustiados. Y echamos mano de la poción mágica. Y nos chutamos de sueño, de esperanza y de fe. Y nos prometemos que del lunes próximo no pasa...

Y el lunes próximo, como tanta gente cada lunes, nos ponemos a dieta y dejamos de fumar y nos ponemos en manos de un entrenador personal... Ya lo decía Umberto Eco, tan prematuramente ido para mi desgracia.

Cada lunes es una plétora de proyectos nuevos, de proyectos viejos, de proyectos envejecidos y de proyectos renovados. Y todos reparten vida, porque cada proyecto, por pequeño que sea, es fuente de vida en sí mismo. Hay proyectos que viven solo en nuestras neuronas. Y otros que moran solo en nuestro corazón. Y otros, los esenciales, los premium, que dicen ahora, que tienen la capacidad de vivir y crecer entre nuestro corazón y nuestro cerebro, como si de dos espacios de la misma intención se tratara. En todos los proyectos de cada lunes, como en la filosofía, la pregunta es esencialmente más importante que la respuesta, porque es la pregunta la que engendra al proyecto, la que lo amamanta y la que lo ayuda a crecer. Los proyectos que no son hijos de las preguntas nacen muertos o heridos de muerte, como los de tanta gente que cada lunes nos ponemos a dieta y dejamos de fumar y nos ponemos en manos de un entrenador personal... Ya lo decía Umberto Eco, tan prematuramente muerto para mi desgracia.

El turismo y sus hijos, los turísticos, o sea, nosotros, los profesionales que hacemos posible la industria turística, también pecamos de lunes de proyectos. Y pareciere que nos estamos haciendo mayores, porque nuestros proyectos hace tiempo que no brillan por su novedad, ni por su originalidad, ni tan siquiera por la autenticidad y sinceridad de su formulación.

Hubo un tiempo en el que un lunes arreglábamos el saneamiento de nuestro mar y nuestras playas. Y otro lunes erradicábamos la estacionalidad. Y otro lunes diversificábamos la oferta. Y otro lunes segmentábamos nuestro conocimiento turístico en aras de ser más competitivos... De un tiempo a esta parte cada lunes arreglamos el saneamiento y erradicamos la estacionalidad y diversificamos la oferta y segmentamos nuestro conocimiento turístico y peroramos sin rubor sobre el turismo de masas sostenible, que no solo es un pésimo oxímoron, sino que, además, es una enorme mentira. Ya lo decía Umberto Eco, tan prematuramente ido para mi desgracia.

En fin...