Hoy he amanecido inquieto, gamberrillo, con ganas de juego, que es lo normal en las personillas de cuatro años y un día. Cuatro años son los que ayer, lunes, cumplió el balcón desde el que me asomo, o sea, esta columna. Tal día como ayer, nueve de mayo, hace cuatro años, era miércoles, y las primeras setecientas veinticinco palabras vieron la luz. Hoy, cuando usted, paciente y sufrido lector, y usted, paciente y sufrida lectora, lean estas setecientas veinticinco palabras que ahora escribo, mi columna y yo tendremos cuatro años y dos días de edad, o sea, la edad propia para alborotar la clase. ¡Guay, eh...!

Supe de la efeméride ayer, por el escueto texto de un correo, que decía: «Un millón de gracias. Feliz cumpleaños. Adelante. Sigue. Feliz segunda legislatura». Lo firmaba un lector amigo, aunque asiduo, que tuve el placer de conocer gracias a esta columna. A mi requerimiento, además del resto de su texto, me explicó que lo de «legislatura» iba por lo de los cuatro años de la efeméride, nada más. La verdad, me incomoda comprobar cómo el entorno nos mantiene prisioneros de una única idea de referencia, que, en nuestro caso, está a un tris de hacerse crónica. Cuando las cosas empiezan así, poco tarda el sonar de los tambores anunciantes de la epidemia esquizofrénica grave. Ojito al dato...

Las paremias, en su literalidad, la mayoría de las veces son solo meras tautologías axiomáticas, pero el tiempo las convierte en manantiales de inagotable sabiduría. Así, por ejemplo, «de tal palo, tal astilla», «cuando el río suena, agua lleva», «no por mucho madrugar amanece más temprano», desde el primer minuto son proverbios cuya veracidad no ofrece dudas, pero es el paso de los años el que les otorga su verdadera enjundia, porque la enjundia del refranero nace en el ovario de las ideas y crece en su vientre, que es donde se hornean las nociones, los conceptos, el entendimiento y el conocimiento verdadero.

Ayer, coincidiendo con la humildísima efeméride de esta columna, me vi saliendo de mi clase de segundo ciclo de secundaria y llegando al patio, revoltoso, vivaz, barrabás, diablillo, polvorilla..., y aupándome en el banco y empinándome en su respaldo y colgándome de la reja de la ventana baja, para ver cómo un adulto, tras la ventana, separaba letras en montones de entre tres mil quinientas y cuatro mil letras cada uno, y cómo las unía en grupitos de dos, tres, cuatro, cinco..., y cómo componía palabras y cómo las contaba. Cada vez que llegaba a setecientas veinticinco palabras las separaba y las mezclaba «shaken, not stirred», como míster Bond, y se las mandaba a Juande y a Moncho, para que dieran fe merculina. Y cuando terminó, escribió en la pizarra: Envíos, 203. Total de palabras enviadas, 147.145. Total de letras enviadas, 769.145. Tiempo, 4 años y 1 día.

Aquellos números de la pizarra, en primera instancia, me invitaron a profundizar en la enjundia del proverbio «cría cuervos..., y tendrás muchos», y descubrí que las palabras son como los cuervos: si las crías, crecen y crecen.... En segunda instancia, los números aquellos me recordaron la sobrada y desabrida displicencia de Benjamín Disraeli, sobre el que la historia cuenta que de manera cotidiana, como muletilla, decía que él, cuando quería leer un libro, lo escribía... Ay, si me hubiera acordado de esto antes de salir al patio de recreo, le habría preguntado a mi seño, ¿seño, cuánto tiempo tardaba don Benjamín en escribir un libro...? ¿Y en leerlo...? ¿Y las palabras en sus libros cómo le gustaban more shaken or more stirred? Lo de don Benjamín, que nunca brillo por la agilidad su cálamo, debió ser Disraelian British shulería, o algo así. Finalmente, aquellos números y el proverbio al que me guiaron me hicieron formularme tres preguntas respecto a nuestros aspirantes al poder patrio del Estado.

¿Tendrán claro que esta vez salen al escenario con el marbete de la irresponsabilidad, la ineficiencia y la ineficacia marcado a fuego? ¿Sabrán que basar la estrategia en acusar el prójimo no exculpa, sino todo lo contrario? ¿Una aplastante mayoría de votos en blanco les inflamaría los ganglios o significaría otra vez que la ciudadanía es una turbamulta torpe que no sabe votar?

En fin, ya lo dice el dicho: cría cuervos..., y tendrás muchos..., que te sacarán los ojos. ¿O no era así?