Le doy vueltas. Ser demócrata no es tanto votar al partido que quieres, como soportar que gobierne el que no quieres. En esa aceptación hasta las próximas elecciones está el germen de la convivencia democrática, la madre del cordero de los estados de Derecho.

Bajo ningún concepto quieres que gobierne Rajoy, por ejemplo. En las redes sociales se repite que el PP acumula más casos de corrupción que los demás, en un penoso ranking que no deja partido con cabeza, y ahora salta a la palestra el nuevo señalamiento del PP por la jueza de un juzgado de Madrid como presunto responsable del borrado de los ordenadores de uno de sus ex tesoreros imputados, el entrañable Bárcenas. También estás hasta los pelos de las mentirosas medias verdades dichas con teatro político del malo por los unos y los demás. Como estás harto y obligado de unas elecciones a otras en un año y medio sin tregua electoral.

Empiezas a perder la esperanza en que los nuevos actores políticos, surgidos como síntoma ineludible de la degradación de los establecidos en el arco parlamentario, funcionen como herramienta de regeneración solvente, cada vez más asimilados por la espesa inercia partidista.

Pero te preocupa el aumento en el cansancio democrático que ya muestra la población que provocarían unas terceras elecciones, y te preocupa aún más en una España que navega al pairo del desgobierno en un mar amenazante.

Sabes que en unas elecciones generales en España las listas al Congreso son cerradas, si votas lo haces por el pack completo que cada papeleta de voto de cada partido ha fijado para cada provincia, que es la circunscripción electoral en nuestro sistema para acceder al Parlamento. Entre ellos se repartirán los escaños en juego hasta sumar los 350 del hemiciclo (uno por Ceuta u once por Málaga en el pasado 26 J, por seguir con los ejemplos), según el número de votos obtenidos por cada formación en cada provincia y los ajustes aritméticos que designa la Ley D´Hont. Sabemos, por tanto, que difícilmente un votante de un pueblo alejado de su respectiva capital conocerá demasiado a los primeros candidatos de los partidos en su circunscripción. A pesar de no ser el nuestro un sistema presidencialista, y salvando alguna excepción local, votará, además de al partido, a su candidato o candidata a la Presidencia del país.

Por eso en las reelecciones pasadas Rajoy, él, ha obtenido más de siete millones de votos. Unas elecciones en las que no ha habido voto útil en la izquierda, por más que insistamos en ese posible bloque, que suma partidos de izquierda que también son, para algunos contradictoriamente, nacionalistas. Y no ha habido voto útil, más que probablemente, porque muchos votantes de Podemos, verbigracia de nuevo, no quieren que gobierne el PSOE ni gobernar con él. Y, por otras razones, sobre todo de hegemonía perdida a la hora de ser alternativa de gobierno por culpa del partido morado, porque ocurre un tanto de lo mismo respecto de Podemos con no pocos votantes del PSOE (al margen de las estrategias de poder orgánico de ciertos barones en la marejada interna de cada uno de los partidos) Algo similar pasa en IU, aunque sus porcentajes de voto son de uno a cinco respecto del PSOE y Podemos, por redondear y poder entendernos.

Toca, pues, dar la talla y propiciar que haya un gobierno estable en esta balsa de piedra dura como nuestras cabezas. Toca generosidad partidista e incluso sacrificio personal. Política y democracia, pero de verdad, no de boquilla. Ya