La lectura recrea una realidad paralela. Participas en la resolución de crímenes, derribas gigantes como molinos, conquistas corazones bajo un balcón, abres una ventana al futuro o ingresas en una escuela para magos. Multitud de mundos que caben en un taco de papel del tamaño de un ladrillo. Incluso más pequeño y más plano. Tan pequeño y plano como un Smartphone.

Decidí sentarme con mi libro en un asiento del parque. Era domingo, las playas estaban rellenas de un cremoso verano, y los jardines de Puerta Oscura eran un oasis de sombra y silencio. Estaba a punto de finalizar Un mundo feliz de Aldous Huxley. La intriga me mantenía abonado al tropiezo. Mientras caminaba hacia uno de los bancos de piedra de los jardines, intuía el camino con la imprecisión de quien se hace el ciego. La vista inmersa en las páginas, la mente en el futuro fordiano. De pronto choqué con una voz que me teletransportó de regreso a 2016. «¡Te atrapé!». Se trataba de un chaval de unos dieciocho años que me apuntaba con su móvil como si quisiera hacerme una foto. Le pregunté educadamente por el motivo de su actitud. «¡Tiene un pokemon encima!», me gritó sin dejar de apuntarme. Cerré el libro despacio y se lo acerqué para que pudiese comprobar su error. «Se trata de un libro, mira, puedes hojearlo si quieres». Pero no dio tiempo, el chaval corría escaleras abajo del parque saltando enfervorecido hacia otros compañeros que cazaban cerca. «¡Lo atrapé, lo atrapé!».

Siempre he considerado que la revolución tecnológica ha contribuido a la alienación del individuo del siglo XXI. Justamente comienzo a opinar lo contrario. La masa se está concentrando alrededor de flautistas mediáticos que han logrado dotar al instrumento de una pantalla y un teclado. Cualquier intérprete recién llegado de Hamelín será capaz, con la tonalidad adecuada, de conducir a la población hasta unas obligaciones subordinadas, una opción separatista o un Brexit.

Me estoy convirtiendo en un bicho raro. Por la mañana me miró en el espejo y trato de adivinar cuál de mis rasgos está envejeciendo hacia esa deriva. Las arrugas no tienen nada que ver, porque a pesar del avance de la tecnología, están bastante generalizadas en la gente de mi edad. Debe estar relacionado con la actitud. Últimamente todo aquello que no comulga con el gusto de las masas, adquiere la apariencia intelectual de un pokemon. Hasta hace poco no representaba un problema demasiado grave. Lo peor es que ahora todos están a la caza del bicho raro. Un auténtico ejército mediático capaz de desenmascarar a todos aquellos que se mantienen distantes de las redes virtuales.

El libro construye una realidad virtual en la que se vive una aventura ya sea en el pasado, en el presente o en el futuro. Me temo que el juego de la lectura está perdiendo el interés de la gente. La idoneidad de una propuesta cultural se mide ahora en índices de audiencia, en seguidores o en número de «me gusta». Con tantos ojos virtuales a la caza del divergente, ya no quedan espacios donde disfrutar de Un mundo feliz sin que te confundan con un pokemon.