Ayer se fueron un poco Obama y Audrey Hepburn, entre otros, y en Málaga hacía frío. Todo resulta aún más extraño en días como estos. La vivísima Audrey sigue recogiendo un gato en un sucio callejón de Nueva York en mi cabeza, como en aquella secuencia de Desayuno con diamantes, aunque ayer se cumplieran 24 años de su muerte. Y Obama, que ayer abandonó la Presidencia, me sigue pareciendo la gran esperanza blanca, aunque sea negro. Tan blanca como la nieve que cubre Ronda, El Burgo, Genalguacil, Antequera, haciendo que parezca un cuento nórdico parte de la provincia de Málaga...

Invierno cálido

Esta semana se ha presentado en Fitur el Carnaval de Málaga, además de otros muchos eventos, y parece claro que este año el Carnaval seguirá yendo a más. Felizmente, será quien lo pregone Dede Cortés. El 18 de febrero celebraremos su alma de comparsista fraguada en esa cantera de Alhaurín El Grande que tantas noches de gloria ha dado al concurso de agrupaciones de canto. La Fiesta del Invierno Cálido, subtitula la Fundación con acierto al Carnaval malagueño, aunando atractivo climático y talento en el compás en una convocatoria ideada para convocar al turista. Recuerdo cuando me tocó a mí pregonarlo, en febrero de 1997, la primera vez en la calle, que yo comenzaba diciéndoles a las personas que se dieron generosamente cita en la plaza de la Constitución y la embocadura de calle Larios: «¡No hace frío!». Si lo hubiera tenido que pregonar esta semana, la frase me la habría callado, la verdad€

Tirar la toalla

¿El combate? No hubo combate. Ni la masacre de Armenia podría compararse con la desesperada carnicería que hoy ha tenido lugar aquí. La pelea, si se la puede llamar tal, era como el enfrentamiento de un pigmeo con un coloso. Pero hay algo que ha quedado claro: Jim Jeffries debe salir de su granja de alfalfa y borrar la sonrisa del rostro de Jack Johnson. «Jeff, ¡todo depende de ti ahora! El hombre blanco debe ser rescatado». Quien escribía esta crónica apasionada a principios del siglo XX era el famoso aventurero y escritor Jack London. Lo hizo tras ver perder su título al campeón del mundo de los pesos pesados, el canadiense Tommy Burns, ante el púgil negro Jack Jhonson. Algo se fracturó en la supremacía blanca en aquel combate de 1908. El boxeador Jim Jeffries, al que aludía London, vivía entonces retirado en su granja como campeón invicto de los grandes pesos y siempre se negó a pelear contra un negro. Pero aceptó volver y pelear contra Jhonson. Se convirtió en «la gran esperanza blanca» para conseguir que el título de campeón del mundo (por primera vez en la historia en manos negras) volviese a manos tan blancas como las suyas. Jeffries aguantó hasta el final, pero el púgil negro le machacó y su rincón tiró la toalla en el 15º asalto.

En blanco y negro

Sobre la biografía de ambos púgiles y lo que supuso aquel combate, social y políticamente, hay una espléndida crónica en Jot Down firmada en los números de abril y junio de 2014 por el periodista E. J. Rodríguez. Altamente recomendable para comprender qué propició la posterior utilización de la frase con la que yo me refería a Obama: la gran esperanza blanca. La blanca esperanza de su inteligente sonrisa. En 1970 Martin Ritt dirigió una película con ese mismo título en la que el protagonista era un boxeador negro de los años 50 con una novia blanca -también Jack Jhonson tuvo mujeres blancas, algo antinatural e intolerable para quienes defendían el apartheid-, y perdía su título de campeón en un combate amañado en Cuba, lo mismo que le pasó a aquel primer predecesor de dioses de ébano como el gran Joe Louis, «el bombardero de Detroit», o el inolvidable Cassius Clay.

Dientes, dientes

No sé si escribir sobre esto me lo ha propiciado la magnífica sonrisa de Obama en su despedida oficial (antes de los flatulentos rictus de Trump), o la media sonrisa de Manolo Alcántara en su 89 cumpleaños brindando con un dry desde el balcón de su inmortal sabiduría en El Pimpi, en Málaga. Cuando Jack Jhonson subía al cuadrilátero era casi el único negro ante centenares de blancos que le insultaban. Existen viejas fotografías que demuestran cómo, en vez de amilanarse o enfadarse, sonreía con esa inundación de alegre indiferencia que provoca la catarata de dientes blancos en una cara negra. Julio César Iglesias, admirador de Alcántara y también amante del boxeo mitológico, como Garci, escribió sobre aquel duelo de razas en un artículo de 1981 en El País: «En el ring era un hombre araña. Fue el primer boxeador que utilizó los brazos como protección: tejía una tela viscosa en la que los adversarios acababan cayendo. Luego picaba en el lugar preciso, y punto». Décadas después, Cassius Mohamed Alí Clay también esquivaría los golpes echando la cabeza hacia atrás, como Jhonson, y se movería como una mariposa picando como una devastadora abeja.

Y se va yendo el frío€ Porque hoy es Sábado.