Todo empezó un 29 de noviembre del 2013. Fue el día en el que saltaron todas las alarmas. Parecía que al aprobar el equipo de gobierno local de entonces, con aparente nocturnidad y alevosía, la posibilidad de permitir la construcción de rascacielos dentro del término municipal de Marbella, se había dado luz verde a una situación muy peligrosa. Que podría llevar a la destrucción del modelo turístico que ha permitido que Marbella sea, desde hace más de medio siglo, uno de los destinos turísticos de mayor éxito y rentabilidad social de este planeta. El resto de la historia ya lo conocen ustedes. Se convirtió aquello en un escándalo monumental, cuyos ecos pronto llegaron más allá de nuestras fronteras. Con la misma intensidad llegó también la buena noticia de la emocionante y fortísima oposición a esa monstruosidad por parte de los ciudadanos de Marbella. Es obvio que fueron ellos los que finalmente lograron evitar ese desastre. Ni más ni menos.

La verdad es que ya llovía sobre mojado. No en vano los peligros y los efectos de la masificación de gran parte de nuestra costa mediterránea habían sido repetidamente denunciados por las principales empresas turísticas de nuestro país. Sin olvidar el escándalo del toque de atención del Parlamento Europeo, a través del durísimo Informe Auken. Que obligó a las autoridades comunitarias a instar a las españolas a proteger mejor sus importantes activos paisajísticos y medioambientales. Y sobre todo aconsejaba aumentar la beligerancia de las instituciones públicas para poner límites a los desmanes de la corrupción.

Pasaron aquellos días de movilización ciudadana a la historia de esta ciudad, mágica en tantos aspectos. Y, por supuesto, a la de nuestra prodigiosa Costa del Sol. Y a la de España. Con todos los honores. Como generosamente lo señalaban los medios de comunicación, sin olvidar a los de otros continentes, como el New York Times. Los ciudadanos de Marbella pudieron entonces sentirse orgullosos de haber sido los protagonistas de una importante lección colectiva de lucidez y valentía cívica. Con pocos precedentes en nuestro país. Todo terminó felizmente. 45 días después, casi coincidiendo con la llegada de los Reyes Magos a Marbella, aquel disparate fue archivado. En Marbella estuvimos una vez más al borde del abismo y eso nos lleva de nuevo a esa pregunta que a lo largo y a lo ancho de este no siempre afortunado planeta nos hacemos. Con demasiada frecuencia. ¿En qué manos estamos?

Y no puedo ni debo cerrar estas líneas sin felicitar a las instituciones y a los ciudadanos de Málaga. Que se están complicando la vida para evitar para nuestra maravillosa y ejemplar capital un desastre como el que nos amenazó en Marbella aquel 29 de noviembre del 2013. Les deseo buena suerte. Por el bien de todos.