Les reconozco que me emociona ver puñetazos en la mesa. En la mesa de la vida, se entiende. Me entusiasma, me edifica, me inspira. ¿Qué quieren que le haga? Me gusta. Otros fuman. La voluntad por generar esfuerzo y superación es el resorte propio más inmediato frente a las situaciones límite que nos presenta lo cotidiano. Y, concretamente, la enfermedad es uno de los capítulos vitales donde más fácilmente podemos caer en las garras del desánimo y tirar la toalla. Con toda la legitimidad del mundo, oigan. La procesión va por dentro. Con la sola lucha interior para aceptar las dolencias y reveses del propio cuerpo y los descalabros que pueda ocasionar en el entorno ya tendríamos bastante. Ya seríamos héroes sin pedirlo, sólo con soportarlo. Cualquier gesto de desaliento estaría justificado. Se tiene derecho a ello, a dejarse caer. Es muy difícil hablar de superación cuando la vida te está cosiendo a palos. Pero, aún así, hay que intentarlo. Sacar fuerzas de debajo de las piedras y plantar cara a la enfermedad. Como obligación moral. Conozco a Paki Silva por referencias muy cercanas, y su ejemplo particular me llevó al conocimiento mayor de todo el universo de sacrificio que gravita en torno al tema de los trasplantes. Lo primero que supe de esta profesora es que tiene prohibido a sus alumnos entrar al aula por las mañanas sin dar los buenos días sonriendo. Podrán pensar, quizá, que el dato es nimio. Pero si les añado que esta mujer lleva seis años trasplantada y que, hace una semana, tomó ruta en bicicleta desde Madrid hasta Málaga, no me podrán negar las cotas de positividad y empeño que denota el gesto. Y si, además, les cuento que, después de recorrer 594 kilómetros, llegó a nuestra ciudad junto con otros compañeros del proyecto Fit por life, es posible que me permitan hablar no sólo de progreso personal, sino también de compromiso y concienciación social. La marcha que les refiero no es ni más ni menos que un evento preliminar a la celebración de los XXI Juegos Mundiales de Deportistas Trasplantados, que se desarrollarán en Málaga del 25 de junio al 2 de julio. Permítanme destacarles, para que lo sepan, que no estamos hablando de cuatro gatos. Esta convocatoria reunirá a más de 2000 personas trasplantadas de 55 nacionalidades y competirán en 17 disciplinas deportivas. Se dice pronto. Yo no soy deportista, ya se lo digo a ustedes. Pero comprendo que todo lo bueno que implica el deporte se multiplica en estos casos. Y lo mejor es que, en ocasiones, la iniciativa individual se expande y propaga como un reguero de pólvora. Así, testimonios como el de Pablo Ráez, quien tendrá un especial homenaje en estos juegos, siguen brillando con luz propia y generando milagros. Porque ahí están los números. Según los datos que aporta el Centro de Transfusión Sanguínea de Málaga, desde el pasado mes de agosto, el número de donantes de médula ósea ha pasado de 5 diarios a 75. Pero es que España, sí, nuestro país tan ajado de corrupción y tan a la cola en tantas cosas, se sigue manteniendo como líder mundial en donación y trasplantes. De hecho, y según datos de la Organización Nacional de Trasplantes, son los ciudadanos españoles los que más posibilidades tienen en todo el mundo a la hora de acceder a ellos en caso de necesidad. Así está el patio. Y a mí, lo que me queda es apelar al sentido común y a la justicia social para confiar en que los medios, las televisiones, la prensa, los poderes públicos y la sociedad en general sean capaces de dar a estos juegos la cobertura que se merecen. Porque esto tiene más valía que una liga ordinaria o un mundial de fútbol, que ni me importan. Sí señor. Porque las segundas oportunidades que la vida nos ofrece hay que atesorarlas. Son un regalo, un aliciente, un motor en marcha. Arropen la convocatoria. Por todos ellos. Por los que superaron la enfermedad y el trasplante, por los que no, por la gran mayoría que lucha desde el silencio sin la cobertura de las redes sociales y por los que han hecho de su testimonio un compromiso social para todos.