Anda la gente como loca con Josep Borrell, ese socialista más antiguo que el Paladín a la taza y que jamás llegó a candidato presidencial, algo que hasta ha conseguido alguien como Pedro Sánchez, así que ahí queda eso como desapasionada carta de presentación, que para eso es mía. Borrell cree sinceramente que se ha destapado como un mirlo blanco de la lógica y la dialéctica, como un adalid del discurso enardecedor y reconfortante, pero claro, olvida Josep que ahora actúa ajeno a la mamandurria política, la obediencia ciega al partido y a la disciplina de voto, o lo que es lo mismo, se ha quitado la cobardía y la sumisión que guiaron la práctica totalidad de su vida profesional, la suya y la del resto que cumple férreamente la primera regla de la política: si deseas algo de éxito nunca muerdas la mano que te da de comer. De hecho, en esa otra etapa están también compañeros como Rodríguez, Piqué, Corcuera, Leguina o el propio Guerra, gente a la que jamás oímos hablar claro en su día sobre tema alguno y mucho menos reconocer un mérito del contrario, hasta que dedicaron sus quehaceres cotidianos a publicar libros, ser tertulianos, sentarse en algún consejo de administración, dar conferencias o decidir si soplar o sorber la sopa boba.

El caso es que Borrell ha dado dos discursos en sendos momentos históricos, las dos grandes manifestaciones barcelonesas a favor de la unidad territorial y en contra de la independencia. En el primero, al que asistí personalmente, comprobé cómo sus palabras quedaron empequeñecidas y lastimeras frente al alegato potente y directo de un Mario Vargas Llosa inconmensurable, es más, Borrell cometió la torpeza de mandar callar al público que pedía la prisión de Puigdemont. No gritéis como un circo romano pues en España va a prisión quien decide un juez, dijo el insensato tratando como turba a un millón de demócratas que pedía justicia y no una guillotina. Y es que por más vueltas que le doy no sé de dónde saca su autoridad moral un tipo que fue secretario de Estado en la época de los GAL y que ahora declara un apoyo sin fisuras al PSC, la rama catalana del socialismo que hizo alcaldesa a Ada Colau. Sí, querido lector, esa mujer que no desaprovecha ocasión para demostrar su memez, que antes se llenaba la boca contra el sistema y ahora se llena el bolsillo gracias al sistema, que exuda odio e insulta a la división de poderes, es alcaldesa gracias a Miquel Iceta, el líder que baila y grita en los mítines como un castrato poseído por Freddie Mercury (Por Dios, Pedro, líbranos de Rajoy y del PP) y que aún no sabe que en breve será traicionado por su compañera de viaje, a la que Borrell llamó emperadora de la ambigüedad. Cría cuervos. Así que cuando usted sienta arcadas al oír a Ada Colau vomitando bilis y exigiendo libertad para los golpistas no olvide que está ahí gracias a Iceta, quien cuenta con apoyo total de Josep Borrell, el flamante orador hasta que comparte micrófono con alguien más digno y adecuado.

Iceta ha propuesto a Borrell engrosar su lista y presentarse como número 3 a las navideñas elecciones catalanas, pero Josep, que puede ser muchas cosas menos tonto, ha denegado gentilmente el ofrecimiento. Una vez que ha probado las mieles de un público medianamente entregado y la libertad de decir lo que le venga en gana ya no añora el yugo partidista. Supongo que sentirse una especie de Martin Luther King durante 10 minutos es algo que todo lo cambia y nunca se olvida.

No quería venir, no quería venir, repitió Borrell haciendo acopio de toda su falsa humildad en el discurso de la segunda gran manifestación. Pero claro, Josep creyó haber triunfado la primera vez y cualquiera se resiste a una segunda. Pues no haber venido y haber dejado tu lugar a otra persona, me dije yo. A alguien, no sé, sin ataduras del pasado, que haya padecido de verdad el sectarismo secesionista, alguien que haya demostrado un profundo conocimiento y respeto por las cicatrices del independentismo, alguien como Fernando Aramburu, autor de Patria, Premio Nacional de Narrativa. Pero no, no podía ser. Tuvo que volver Borrell con su matraca engolada y teatral para desolación general del respetable asistente. Ocasión perdida.

Quién sabe, puede que en el futuro Rajoy deje la política y pase al olvido hasta que una oportunidad le diga levántate y anda, y el gallego reaparezca como un humorista consumado o alguien con un ímpetu desenfrenado de caliente sangre latina, ya tu sabes mi amol, pero por ahora tengo clara una cosa: mientras Iceta ensaya frente al espejo el We are the Champions de Queen, la pérfida Colau ya ha puesto en marcha la cuenta atrás del reloj de la ignominia. Ya nos lo contará Borrell en algún discurso. Tic, tac, tic, tac, tic, tac.