Desprovista de cualquier atisbo, por pequeño que sea, de legalidad o reconocimiento, la república catalana es un fantasma ya disuelto en aire, y, desprovisto de toda conexión legítima con el poder, tras participar en unas elecciones que tenían como premisa su destitución anterior, la presidencia de Puigdemont es igual de fantasmal. Ahora bien, la imaginación lo aguanta todo, y la fantasiosa presidencia simbólica que está en la cocina, invistiendo en cambio a un president de carne y hueso con arreglo a la Ley, puede servir a la pasión que anima al ausente, empeñado en el prodigio de reencarnar a alguno de los mártires de la causa y, a la vez, evitar como sea la palma del martirio. La Iglesia, que sea o no santa es sabia, ya había creado una figura parecida, la del obispo in partibus infidelium, que seguía en Roma, por así decir a la espera, porque en la diócesis mandaban los infieles.