Nada más común en los mortales que la torpeza de no haber aprendido a vivir en presente. Nuestros automatismos adquiridos pilotan nuestras vidas mientras nosotros, en presente, nos mantenemos enredados en nuestra pifia de ayer o en la angustia por la complicada cita del mes que viene, por ejemplo. Para el verdadero presente, para el ahora, por lo general no tenemos tiempo, excepto cuando nuestros instintos nos llaman al orden, claro. Cuando el instinto llama, lo aprendido racionalmente le cede paso... Siempre hubo clases. ¿Quiénes no hemos estado enfrascados alguna vez en un asunto futuro, cuya naturaleza, supuestamente, requería toda nuestra atención, y de pronto hemos sido interrumpidos/as por la irrefrenable y súbita atracción de un esplendoroso tafanario cuya belleza y proporciones acapararon toda nuestra atención en ese momento? Si usted, generoso/a lector/a, no ha sido sacado/a alguna vez de sus meditaciones extemporáneas para, en rabioso presente, exclamar ¡joder, qué culo...! preocúpese y hágaselo ver.

Pocas cosas pasan tan desapercibidas en nuestro mundo, como el presente en toda su dimensión. De hecho, uno de los males de nuestra sociedad reside en que pocas o ninguna vez vivimos el presente con plena consciencia de todas y cada una de las realidades, enseñanzas, sensaciones, emociones... que cada escenario de presente nos brinda. Un supino desatino, porque la felicidad no es más que una suma encadenada de presentes. La felicidad no es un fin, sino un bello proyecto eterno, un hermosísimo itinerario interminable, un placentero camino infinito... Lo único tangible de todos los verbos habidos y por haber es el presente de indicativo, los otros son recuerdo o esperanza o imposición. En nuestra vida solo existe un momento en el que es posible ser felices: ahora. Por cierto, hablando de ahora:

Me preocupa sobremanera ver a nuestros responsables turísticos nacionales, autonómicos, provinciales y locales besándose sus respectivos ombligos, en presente, por los resultados habidos el pasado ejercicio turístico y usarlos, a modo de sibilas de Delfos, para vaticinar el futuro próximo, mientras sonríen satisfechos. Mal les habría ido en Delfos cada vez que se han producido resultados que no obedecían a hechos probados que los avalaban, sino a sucesivas apariciones marianas concatenadas. Algunas manifestaciones ovantes debieran ser prohibidas por ley. Por la inteligencia están prohibidas desde siempre, pero...

Sacar la dialéctica triunfalista a desfilar para cumplir con el micrófono o la grabadora embelecando a diestro y siniestro solo porque es gerundio, es una irresponsabilidad reprobable. Hay angelitos puros y simples que, jaleados por el efecto mariposa que las declaraciones oportunistas producen sobre su ombliguismo latente, se animan y, ¡cuidao que va...!: otro ladrillazo "inocente" a la masa crítica de oferta de los destinos. La inenarrable historia de luz de Torremolinos es un ejemplo de que no hay luces sin sombras. Torremolinos no tendrá remedio verdadero y sostenible hasta que alguien, algún siglo de estos, sepa desentrañar a nuestro inmortal Quevedo: "más fácilmente se añade lo que falta que se quita lo que sobra", dijo don Francisco. Puede que, quizá, sin proponérselo, en solo trece palabras, nos contara una larga historia de rotos y descosidos, y de desaciertos e insensateces. Peatonalizar es añadir, y está bien, don José, pero eso solo es lo fácil, no lo olvide...

Cuando, en presente, escucho las letanías institucionales alusivas a las capacidades y márgenes de crecimiento de algunos destinos me da una especie de repelús turístico chungo. Y cuando se trata del mensaje pontificador sobre la cuadratura del círculo de los segmentos turísticos, como valedores y salvadores per in sæcula sæculorum de la muy cuestionable gestión de nuestros destinos respecto de la estacionalidad del turismo, que es congénita, me da un insufrible brote de urticaria turística de la peor. Llevamos más de sesenta años sin enterarnos de que los genes estacionales del turismo condicionan la estacionalidad de los destinos, pero que somos sus custodios los que la determinamos y la patentizamos con nuestra gestión.

Sugiero abandonar el zangoloteo ruidoso de los gráficos nigrománticos para profetizar. Sugiero que, desde la serenidad, hagamos un acto de contrición con nuestra sabiduría turística. Sugiero menos fruslería y más borrón y cuenta nueva, y reiniciar nuestras elucubraciones y resituarlas en el verdadero presente de nuestros productos y de nuestro posicionamiento por mercados. Sugiero reconocer qué somos realmente, en presente, trascendiendo en primera instancia la viciada idolatría ombliguista del futurible que podríamos ser, que es harina de otro costal.