Según los historiadores, son más de 150 las películas que han tratado sobre la vida de Jesús. La práctica totalidad se ha movido entre la devoción sincera y la gran superproducción, entre directores que querían manifestar su fe, y productores que aplicaban a esas historias un estricto sentido comercial. Lo cierto es que la figura de Jesús atrajo desde muy pronto a cineastas.

Los hermanos Lumiére, inventores del cinematógrafo, son los autores de la primera película sobre la vida de Jesús: La Vie et la Passion de Jésus-Christ (1897), que articulaba una sucesión de 13 cuadros piadosos, a modo de estampas. Fue muy bien acogida por el público, y crearía un estilo que sería típico en la época muda: imágenes estáticas, plasmadas con un tono solemne que invitaba a la contemplación.

En 1907, la casa Pathé produjo Vie et passion du Christ, la película más famosa de este período, con guión y dirección del español Ferdinand Zecca. Contenía 37 escenas, divididas en cuatro capítulos: Nacimiento, Infancia, Predicación y Pasión de Cristo. Tuvo una duración extraordinaria para la época (44 minutos), y una vez concluida, fue coloreada a mano, fotograma a fotograma.

A partir de 1912, las películas sobre Jesús abandonan el estilo paisajista y desarrollan argumentos más elaborados. En 1916 Griffith dirigió su monumental Intolerancia, que desarrolla cuatro historias de intolerancia religiosa. Junto a la destrucción de Babilonia y la masacre de los hugonotes, Griffith quiso contar también la flagelación y crucifixión de Cristo. Su puesta en escena, muy cuidada, sorprende por los emplazamientos de cámara y por un ritmo narrativo creciente.

En los años 20 se ruedan filmes sobre Jesús basados en obras literarias. Robert Wiene dirige I.N.R.I. (1923) a partir de una novela de Peter Rosegger y con una fotografía contrastada, típica del expresionismo alemán. Fred Niblo filma la primera versión de Ben-Hur (1925), según la famosa novela de Lewis Wallace. Y Cecil B. DeMille dirige una segunda versión de El signo de la Cruz (1932), a partir de la obra teatral de Wilson Barrett.

DeMille es, sin duda, el realizador que llevó el cine religioso a las más altas cotas del arte cinematográfico, pues construyó sus películas con un notable sentido épico. Llegó a decir que «para directores es un deber utilizar la técnica del cine para comunicar nuestra fe». Así, en 1923 filmó Los diez mandamientos (haría un espectacular remake en 1956) y también Rey de Reyes (1927), centrada en la última semana de la vida de Cristo.

En Hollywood, y a principios de los 50, vuelve el cine religioso con todo su esplendor: grandes estrellas, decorados gigantescos y bandas sonoras de gran solemnidad. Son películas piadosas, en las que, por influencia del puritanismo, Jesús aparece sólo intuido: de lejos, de espaldas o sugerido en una sombra. Su rostro es hurtado a la mirada de los espectadores por temor a que aparezca demasiado humano.

De esa época es Quo Vadis? (1951), que narra la huida de Pedro de la Ciudad Eterna durante la persecución a los cristianos. Henry Koster rueda después La túnica sagrada (1953), primera película en Cinemascope, en la que Richard Burton da vida al centurión romano encargado de supervisar la crucifixión: su vida cambia para siempre cuando, al pie de la cruz, gana la túnica de Cristo en un juego de apuestas.

Todavía en la década de los cincuenta, aparece Ben-Hur (1959), de casi cuatro horas, remake del filme de Niblo. Judá Ben Hur (Charlon Heston), injustamente condenado a galeras, encuentra ayuda y consuelo en un Jesús de Nazaret al que nunca llegamos a ver (tan solo su sombra, o de espaldas, o de muy lejos), y con el que volverá a encontrarse en la subida al Calvario.

En los 60, la tendencia cambia. Continúan las superproducciones, pero ahora sí se muestra el rostro de Jesús. En 1961 Nicholas Ray produce Rey de Reyes, rodada en España con Carmen Sevilla en el papel de la Magdalena. Richard Fleischer dirige Barrabás (1962), basada en una novela de Par Lagerkvist, que narra la conversión del malhechor (Anthony Quinn): su vida queda marcada por la obsesión de que un hombre bueno, al que muchos creían Hijo de Dios, había sufrido la muerte que le correspondía a él.

Poco después, Pier Paolo Pasolini sorprende al mundo con El Evangelio según San Mateo (1964), en la que trata de aunar la visión católica y la marxista. El ciclo se con La Historia más grande jamás contada (1965), de George Stevens, que obtuvo cinco nominaciones a los Óscars. Max von Sydow, como protagonista, creó una imagen un tanto mística y atormentada de Jesús, con los ojos mirando al infinito y una extrema solemnidad en el hablar.

Con el agitado mar de fondo de los sesenta, los productores juzgaron que no era el momento para películas de corte religioso. Muchos proyectos fueron guardados en los archivos, hasta que en los setenta reapareció en el cine la figura de Cristo, pero con otra significación. Es una visión distinta, más hippie, más humana y política. Ahora vemos a un Mesías más terreno, con un mensaje más bien social, y que olvida u oculta su condición divina.

Jesucristo Superstar (1973), dirigida por Norman Jewison y basada en un musical de Andrew Lloyd Weber, muestra a un Jesús escasamente redentor, que flirtea con María Magdalena y basa su mensaje en los buenos sentimientos. Jesús no aparece aquí como Dios, sino como un líder, una «super-estrella».

En la misma línea se mueve el musical Godspell (1973), de David Green, muy similar en lo ideológico a su antecesor: muestra a un Jesús rebelde e inconformista, en el Manhattan del siglo XX.

Tras estos dos filmes, que humanizaron y distorsionaron la figura de Jesús, surgió la necesidad de ofrecer una visión más fiel de su vida y su doctrina. Esa fue Jesús de Nazareth (1977), filme dirigido por Franco Zeffirelli, que unió a la RAI (católica) y a la BBC (protestante) en una gran super-producción. La película destacó por la brillante puesta en escena y por sus personajes: un Jesús interpretado con carisma por Robert Powell y unos apóstoles plasmados con gran realismo, cada uno de ellos con historia propia.

La gran controversia vino con La última tentación de Cristo (1988), de Martin Scorsese, que no se basaba no en los Evangelios sino en la novela de Kazantzaki. El argumento se aleja de un Mesías divino y opta por dibujar un Jesús humano, débil y sometido a tentaciones, e inmerso en la duda acerca de su divinidad. Deliberadamente iconoclasta y enfrentada con el dogma cristiano, sólo consiguió lo que pretendía: el escándalo.

A finales de siglo, aparece una nueva imagen de Jesús. Ya no es el Jesús lejano y excesivamente solemne (para subrayar su divinidad) que vimos en los años 50 y 60. Tampoco el revolucionario y excesivamente humano que vimos en los 70 y 80. La nueva imagen de Cristo pretende ser más equilibrada: un fiel reflejo de su doble naturaleza divina y humana.

El primer filme de esta nueva tendencia fue una miniserie de la CBS titulada Jesús (1999), dirigida por Roger Young e interpretada por Jacqueline Bisset, Jeremy Sisto y Debra Messing. La serie acentúa los aspectos más humanos de Cristo: un Jesús que ríe, bromea, ama y sufre, pero que muestra también su divinidad: obra milagros, proclama un mensaje divino y muere en la cruz para redimirnos.

El hombre que hacía milagros (2000), de Stanislav Sokolov, es un filme de animación muy fiel a los Evangelios, que narra la historia desde un punto de vista infantil: la hija de Jairo, a la que Cristo resucita en una escena conmovedora. Era un proyecto arriesgado, que exigía aunar el desarrollo informático con las técnicas tradicionales de animación, y que sorprendió a la crítica por la sencilla emotividad de su puesta en escena.

Y entonces llegó La Pasión de Cristo (2004). Cuando Mel Gibson anunció que iba a rodar una película sobre las doce últimas horas de la vida de Jesús en dos lenguas muertas (latín y arameo), le llovieron toda suerte de críticas, y muchos le cerraron el paso. Así que tuvo que poner de su bolsillo los 30 millones de dólares que costó producirla y convencer de que no iba contra nadie: «En mi película, todos los personajes buenos son judíos: Jesús, la Virgen, María Magdalena, Simón de Cirene, la Verónica, los apóstoles. No hay nada en ella que deje en mal lugar al pueblo judío».

En diciembre de 2006 llegó a las pantallas La Natividad, de Catherine Hardwick. Bien documentada históricamente, recrea con acierto los escenarios, vestuario y utillaje de la época, pero falla en el retrato de la Virgen, que aparece siempre tímida e introvertida, sin apenas relación con el entorno.

Finalmente, Guilio Base estrema En busca de la tumba de Cristo (2007), con Daniele Liotti, Mónica Cruz y Max von Sydow. Esta producción italo-hispano-búlgaro-norteamericana se sitúa en al año 35. Un tribuno imperial investiga la extraña muerte de un tal Jesús de Nazaret, y en ese proceso, descubre poco a poco el atrayente mensaje de Cristo y el encomiable estilo de vida de sus discípulos; a la vez, se sentirá atraído por Tabita, una joven judía seguidora de Jesús.

En general, los filmes sobre Cristo tienden a ser esperanzadores, pero también laboriosos. Todos han supuesto un reto extraordinario y un trabajo de producción muy por encima de la media. Ciertamente, llevar al celuloide la historia de Cristo ha exigido siempre contar «la historia más grande jamás contada»: el reto más difícil para aquel director que se propone relatar en imágenes una Vida que da sentido a todas las demás.

La crucifixión rodada durante un eclipse. Sólo una vez en la historia se ha filmado un eclipse como parte de una película. Fue durante la producción de Barrabás (1961), pues la crucifixión se filmó durante un eclipse total de sol el día 15 de febrero de 1961.

La decisión de filmar durante el eclipse fue tomada tan sólo 48 horas antes de que ocurriera. Se movilizaron 80 personas, entre actores y técnicos, hasta Roccastrada, a 120 kilómetros al norte de Roma. A pesar de los problemas que planteaba, el productor Dino de Laurentis insistió. Tuvieron que trabajar literalmente a oscuras, sin conocer los tiempos de exposición ni las velocidades del filme, y sólo se podía rodar una vez: si un actor se equivocaba no se podría repetir. Pero De Laurentis estaba convencido: «La acción debe ser lo más real posible». Y salió perfecto. No en vano la cinta es conocida como «la película que detuvo al Sol».

@alfonso_mendiz